Destino enadenado
Autor: hanachan
Personajes:Akihiko x Misaki
Personajes:Akihiko x Misaki
Paranoia
*
Luego de limpiar la entrada de Misaki, que tenía restos de lubricante y sangre, la realidad le alcanzó. Con la brumosa confusión que conlleva la excitación, desaparecida, notó que el olor del chico difería del de Takahiro. También descubrió que sus rasgos eran perfectos a su modo.
Se veía demacrado, lastimado, como si su alma lo hubiera abandonado.
Finalmente la culpa llegó, junto con una nueva ola de calor. Uno muy distinto. Éste era más desconocido que el anterior. No era porque Misaki tuviera algo que ver con Takahiro, no era porque fuera un muñeco que pudiera doblegar… Misaki por si mismo le parecía sexi.
Un jodido mocoso odioso que lo prendía… genial
El chico seguía inconsciente.
Al recostarse a su lado el cabello de Misaki hizo cosquillas en su nariz. Una puntada de un dolor que no supo describir lo atravesó, en lo hondo del pecho.
Y se llenó de la sensación de dormir junto al pequeño cuerpo. Inconscientemente su mano rodeó el cuerpo de Misaki, como un abrazo. Su cuerpo era calentito, al igual que el de un niño.
Sintió calma, y su cuerpo se relajó.
Se rindió. No podía seguir tratándolo cruelmente, aún después de lo que le había hecho; no cuando sus sentidos habían vuelto a él y la ira se había disipado. La presunta broma con la que había iniciado había llegado más lejos de lo que hubiera querido.
¿Cómo podría compensar sus errores?
Akihiko sabía muy bien que si bien despertara, Misaki se habría ido. Sabía que era probable que buscara venganza. Pero, si cabía la diminuta posibilidad de que no desapareciera, ¿qué podía hacer para no ahuyentarlo?
No quería retenerlo, pero egoístamente, buscaría algún modo de redención. “Takahiro, lo siento.”, no era lo suficientemente buena persona como para hacerlo por el bien exclusivo de Misaki. Akihiko estaba cómodo y cansado. No tardó en cerrar sus ojos y caer dormido.
Dormía tranquilamente, aún luego de haber cometido aquel daño irreparable. Sin sueños. Sin molestias.
****
La conciencia había llegado como un puñal en el pecho. Desearía incluso que hubiese sido lo segundo.
Sentía el calor de la mano de Akihiko sobre él. ¿Cuándo lo había abrazado?
Su cuerpo estaba sucio… contaminado… tan sucio.
Las lágrimas caían.
No tenía nada que hacer allí.
Quería desaparecer…
Mierda. Mierda. Mierda
“Nii-san, ayúdame. Nii-san, ¿Cómo podrás verme ahora? ¿No te daré vergüenza? ¿No te asquearé?” Corrió con cuidado su mano, levantándose.
El temor de despertar a ese hombre lo obligó a ralentizar su salida de aquella habitación. Sentía nauseas. El olor del tabaco, el sexo y el perfume de Akihiko se mezclaban en una vorágine aromática.
Llevó su mano a la boca, dejando que las arcadas se fueran.
Lo odiaba, pero no tenía el valor de hacer nada.
La luz mortecina atravesaba la ventana, el día era tan perfecto, y eso solo lo hacía sentir más miserable consigo mismo; podría matarlo, vengarse. Estaba allí, yacía dormido pacíficamente como un niño luego de un ajetreado día… pero no podía juntar todas las fuerzas como para hacerlo.
Lo odiaba tanto, tanto… tan intensamente que su mente se perdía por momentos. Pero, nuevamente, la cobardía le ganaba. Aún sabiéndolo dormido tenía un pavor oculto por ese hombre.
Lo conocía, lo había visto en su casa, su hermano le tenía tanta confianza… ¿Cómo había podido hacerle eso sin que le pesara un gramo en la conciencia?
Ese tipo estaba enfermo. Decía amar a su hermano, pero eso claramente no era amor. Herir a quien uno ama o a sus allegados no haría más que causar heridas irreparables en la relación, ¿cómo es que…? No tenía sentido.
No había justificación, y la razón no podría ganarle a aquello. Por más palabras bonitas que lo adornaran, solo él sabía con certeza el temor, el recelo y el dolor.
Nadie podría compensar aquella parte de él que se había perdido entre los gritos y las embestidas.
Mierda, una jodida mierda.
“Usagi-san, ¿Cómo pudo? Nii-san, no lo entiendo, nii-san… tu me dijiste que él era bueno. Dijiste que era lo más cercano a familia que habías conocido aparte de mí…”
Misaki tanpronto cogió sus ropas y salió del cuarto, prestó atención cada sonido que lo alertara.
El desorden le impedía correr, pero avanzaba.
Había tantos juguetes que simulaban alguna tétrica habitación, tal como aquellas de películas, en la que el mayor miedo es causado por niños.
Al pasar junto a la cocina, o aparentaba serlo, cogió un cuchillo carnicero. Su tamaño era importante. Podía ver su reflejo demacrado y los ojos que, intensamente, miraban con tentación aquella hoja.
Aquel brillo en sus ojos, tan frío, tan calculador como pocas veces en su vida, lo asustó.
“¡No! ¡No quiero ser un asesino otra vez!”
El pavor de volver a ser el culpable de una muerte causo temblores a su cuerpo. Dejó el cuchillo de lado y salió de ese lugar antes de que la ira lo llevara a cometer un crimen aún peor que el que Akhiko había cometido.
Maldijo a Akihiko nuevamente por tener un penthouse en un edificio tan jodidamente alto. ¿Cuántos pisos de mierda tenía ese lugar?
Corrió escaleras abajo, sin deseos de esperar al ascensor. Escapar era su prioridad. Corría, con miedo a tropezar, sin frenar un instante.
El aire le faltaba, pero no quería ni siquiera tener tiempo como para tragar ni saborear sus propios labios, que aún retenían el sabor de su saliva; que aún guardaban el néctar de sus besos.
¿Tenía que agradecer que al menos no hubiera acabado dentro de él? Si ya así era malo, no quería tener que soportar la incomodidad de algo viscoso, sucio y extraño en sus entrañas.
A cada respiración, su garganta se contraía del dolor. Estaba inflamada y su voz, ronca. Recordaba sus gritos, ¿nadie los había oído?
Seguía bajando… el maldito edificio era muy alto, pero si estaba quieto comenzaría a golpearse contra la pared solo para no pensar, por lo que continuaba.
“Falta poco para llegar abajo. No quiero volver a casa. No puedo ver a nii-san ahora. No quiero que me vea así. No quiero que nadie lo haga…” Su debilidad, la sensación de no poder recuperar el control sobre si mismo era intolerable. Él ya no pertenecía a si mismo… ya no era él quien controlaba su cuerpo. Tenía un dueño que podía usarlo a su antojo… era un muñeco en un juego que desconocía.
No sabía a ciencia cierta cuántas veces lo había utilizado luego de perder la conciencia a la primera vez. Había vuelto en sí unas cuantas veces, pero sus fuerzas eventualmente se desvanecían. Podría haber sido tanto una como tres, no podría decirlo, pero sus nalgas le dolían, sus caderas lloraban por el dolor. Su entrada le ardía y sus músculos no lograban recuperarse, pero debía correr lo más lejos que pudiera.
“Finalmente… planta baja”
El alivio lo abrazó. Solo rogaba que Akihiko no despertara nunca. Que muriera de un ataque al corazón. Él mismo no había podido matarlo, no porque no quisiera, pero porque era un maldito cobarde. Se lo repetía a sí mismo, entre el ajetreo de pensamientos.
“¿Dónde estoy? No, eso no es lo que importa… ¿A dónde voy ahora? Estoy desnudo”.
No sabía que hora era, pero parecía ser horario de trabajo, ya que en comparación con la tarde, la calle estaba medianamente desierta.
Claro, alguna que otra mirada lo persiguió, con extrañes y escándalo, pero el avanzó sin volver la cabeza ni una vez. Llevó las ropas entre sus manos hasta lograr esconderse en un callejón apartado y oscuro, para finalmente vestirse.
Su cuerpo estaba sudado, sus ropas olían a Akihiko, y sus caderas resentían la carrera, pidiéndole que ya no corriera… pero mientras más caminara, más lejos estaría de ese departamento.
Vestido con las ropas del día anterior, su figura comenzó a deslizarse entre las calles de una de las mejores zonas de Tokio.
Volver no era opción. Tener que revivir continuamente la historia por medio de palabras para poder llevarlo a juicio no valía la pena. El solo quería olvidar… deseaba que fuera a la cárcel, pero no podía decirle algo a su hermano. Nadie podía saberlo. NADIE.
Prefería callar y no verlo nunca. Eso le bastaba.
Y si por alguna casualidad un auto lo atropellaba, aún mejor. Pero él no manejaría ese auto… solo dependería del destino, de ese hijo de puta que lo traicionaba cada vez que necesitaba de él.
“Un hombre no se habría dejado dominar por alguien así”
Tan paranoico como estaba, había elegido calles particularmente difíciles de seguir por auto, hasta perderse entre la metrópolis de Tokio. Cuando supo que no había forma de ser seguido, comenzó a caminar con pesadez, lentamente, como si el hecho de mantenerse en pie le requiriera un esfuerzo infernal, como efectivamente era.
Su mente y su cuerpo estaban desconectados el uno del otro… quería perderse. Desaparecer del mundo por un tiempo.
No era justo. Nada justo.
“Un hombre habría logrado evitar la situación. Habría golpeado al hijo de puta hasta dejarlo medio muerto”.
Y tenía moretones, aunque su mayoría ocultos, que le harían recordarlo. Pero sus muñecas eran un caso perdido, no había otra que un par de muñequeras…
“Un verdadero hombre no se traumaría por algo así. ¡Es solo sexo, joder! ¿Por qué no puedo solo verlo así?”
Las calles eran un laberinto del que no sabía cómo salir. La ciudad le pareció inmensa de pronto, e igual de aterradora como un enorme monstruo de concreto.
El cielo podría estar impoluto, las aceras podrían estar limpias, pero no había nada que hiciera a ese lugar ‘bello’.
Se perdió, se hundió entre las personas, mezclándose entre la gente hasta no ser más que uno más en una masa uniforme.
Caminó sin rumbo, solo caminó.
*
El sol estaba subiendo. ¿Cuánto había pasado desde la mañana? Ya era mediodía, se notaba. ¿Cuánto había estado vagando?
No había a dónde ir, tampoco donde quedarse, mucho menos a donde volver, pero sus pies y sus caderas le pedían detenerse. Aún dudando, hizo caso a lo que su cuerpo necesitaba y buscó con la mirada algún lugar correcto.
“Hm… Allí”, se dijo a si mismo, al ver una plaza. Se sentó, dejándose caer como una bolsa de carga. Aferró sus piernas y cerró los ojos, ignorando las ganas de sobarse el trasero y aliviar el dolor de solo estar sentado.
“No quiero volver... No tengo a dónde ir”, suspiró. “Ah, solo quiero llorar…”
La gente que pasaba lo miraba, y el se sentía incómodo, como si cada uno de ellos supieran que él estaba sucio, que había sido dominado, que no tenía valor alguno…
Su cabeza lo alucinaba, por la paranoia, el cansancio y el estrés.
“No… no me miren así. No soy sucio. No soy asqueroso. No… yo no soy así. No me vean. Nii-san, ¿por qué no me proteges? Dijiste que no me pasaría otra vez nada parecido, pero nuevamente mi alma, mi cuerpo y mi mente sufren… Ya no quiero que me vean… no soy defectuoso... Se que no soy perfecto, pero…”
Suerte… Eso no existía… no para él; o al menos eso es lo que pensaba.
*
El pasto era cómodo, al menos eso debía reconocer.
El cielo era azulado, y no había nubes que irrumpieran el majestuoso paisaje.
Odiaba eso…
¿No había al menos una puta nube negra que ocultara la brillantez del sol? ¿No podía haber otra persona quejándose de su desdicha ese día aparte de él? ¿Por qué parecía ser el único miserable en ese lugar? Bien, una plaza tan vistosa no era el mejor lugar para andar huraño, lo admitía, pero no podía evitar sentirse tan jodido y furibundo… que todos estuvieran tan alegres solo le recordaba lo mal y patético que se sentía.
“Debería ser arrestado y llevado a prisión donde de seguro los presos le harían probar de su propia medicina”. Deseaba alejarlo de su cabeza, pero las imágenes eran recurrentes, lo molestaban, lo obligaban a recordarlo. Se negó aquel deseo, eso implicaría confesar. Hacer pública su vergüenza.
Aferraba sus piernas con fuerza, protegiéndose de un daño invisible. “Si ahora lloro será mi fin. Ya he perdido todo mi orgullo, ya he perdido mi virginidad… Al menos quiero mantenerme altivo ahora… no debo llorar. Debo ser fuerte… ¡Oh, dios! Sueno como una adolescente.”
Resistir a fuerza de pulmón cada golpe de la vida se había vuelto en un trajín diario; mientras se mantuviera vivo todas sus heridas sanarían. Eso le daba fuerzas. Ese sufrimiento se iría eventualmente, lo sabía. Deseaba apurar aquello, que se fuera ya.
Suspiró. Su aliento apestaba. Al menos percibir aquellos detalles cuado todo parecía incoloro le daba gracia.
Sí, seguía vivo.
Agarró sus cabellos y un repentino ataque de risa vino. Reía a carcajadas sonoras, girando alunas cabezas.
Sí, aún vivía, aún respiraba… no había razón para estar triste.
Mierda… No había razón, entonces, ¿Por qué su dignidad se iba con las lágrimas que había procurado no derramar?
Cuando finalmente la risa se detuvo unas silenciosas lágrimas brotaron de sus ojos, aunque no hizo amago alguno de limpiarlas. La amargura lo consumía.
Había resistido sin llorar, pero ya no podía más. Las emociones lo superaban.
La gente seguía su camino, sin detenerse a mirarlo, sin preguntarse que le pasaba. La gente era cruel… la gente no se fijaba cuanto sufría. Ellos no entendían, ¿Cómo podrían?
Su garganta dolía como si agujas lo pincharan al tragar a causa del llanto. Sentía pena de si mismo, y se sentía aún más patético por ello. No podía hablar, pero no hacía falta, ya que nadie lo escucharía; a nadie le interesaba. En ese instante más que nunca necesitaba apoyarse en alguien y desahogarse. “Nii-san…”. No, no se atrevía. No podía.
Alguien… quien fuera…
Necesitaba sentirse querido… contenido… consolado…
Alguien… ¿Nadie?
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