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...........YAOIJOCKER...........

26 septiembre 2013

Destino enadenado - Capitulo XI

 
Destino enadenado


Autor: hanachan
hanachan en: Mundoyaoi Y Amor-yaoi

 
 
Capítulo 11
Crisis
***
 
Era la quinta noche en ese maldito lugar.
Las pesadillas lo invadían. Lloraba, maldecía, quería escapar de allí, pero irónicamente, ese era el único lugar al que tenía para volver.
La sensación era igual a aquel entonces, ¿Qué diablos lo retenía? Nada. Pero no tenía los cojones de irse.
Daba vueltas y vueltas en la cama.
Sentía miedo. Uno que conocía perfectamente y nada tenía que ver con los temblores al ver a Akihiko ni el pánico. Estos eran muchos más dolorosos, causado por una pérdida mucho más dolorosa que la del orgullo o la dignidad. Tenía más que ver con el conocimiento de la soledad y la desesperanza, con la pérdida del amor. Tenía que ver con aquel complejo de requerir ser necesario, evitar ser un estorbo e intentar no destacar pero ser querido. Necesitaba de eso.
Se acomodó en su cama y comenzó a derramar lágrimas.
“Ojalá pudiera culpar del todo a ese bastardo. Ojalá pudiera decir que fueron sus golpes los que me hacen recordar… Sé que no es eso. Sé que es la soledad lo que más me afecta…”
Había ido a psicólogos, había recibido tratamiento al estrés post traumático, había luchado por superar los fantasmas de su pasado, pero una vez más éstos le perseguían.
Se sentía cansado y el cuerpo le pesaba pero si dormía las imágenes volverían a su cabeza y le hará recodar todo lo que prefería olvidar.
Ojalá y su mente fuese más sensata y borrara los recuerdos dolorosos. Ojalá y pudiera olvidar.
Desde que Takahiro se había despedido de él, tras la ceremonia y la fiesta, no había vuelto a hacer aparición pública frente a nadie, como si esa casa hubiera comenzado a abstraerle.
Tal vez se estaba volviendo loco lentamente y nadie se percataba de ello más que él mismo, y eso le asustaba. Pero tener miedo, reaccionar, ser consciente de su vida y sufrir era ‘normal’, ¿cierto? ¿No era más extraño el no reaccionar en lo absoluto? Aunque él se lo guardara y no fuese un duelo permanente, sufría, se enfadaba, era ‘real’.
Ya estaba harto.
Era de día, y la luz le molestaba. Quería sumirse en un sueño brumoso que le permitiera llegar a donde su cuerpo no era capaz.
Recordó sin quererlo años atrás, cuando era dependiente de esas pastillas mágicas, como le gustaba decirles, que nada tenían de mágicas más que un somnífero. Éstas le ayudaban a que las pesadillas y el insomnio desapareciesen… mágicas.
Se mordió los labios y se dirigió al baño. Abrió la gaveta y junto a una crema para la alergia al sol- él y su maldita piel sensible-, se encontraba su frasquito personal de pastillas.
Dudó. Quería pero hacerlo significaba aceptar que no estaba bien. Que había vuelto a necesitar ayuda y nuevamente se había vuelto una carga, alguien incapaz de superar sus propios problemas.
— A la mierda— exclamó, pretendiendo que resollara como grito, pero siendo igual de apagado que un murmullo—. ¡A la mierda todo! No… No puedo más— Sus ojos estaban rojos. Odiaba ese aspecto demacrado que ofrecía.
Evitaba dormir para no soñar. Dormía para evadir el tiempo. Era un manojo de contradicciones nuevamente, pero era más fácil solo aceptar lo que necesitaba sin razonarlo demasiado.
>> No puedo, nii-san… No soy fuerte. Esa mujer no se equivocaba— la voz se le quebró—. SOY UNA CARGA. ¿Cómo puedo vivir solo en un lugar que odio tanto? No puedo. No puedo. No puedo. — sollozó.
Tomó el frasco y tomó una pastilla. Le sobraba el coraje, le sobraba el odio. Quería dormir más rápido. Tomó una segunda. Una tercera. Una cuarta y se detuvo… No pretendía matarse, solo dormir profundamente.
Como hipnotizado, quedo viendo el reflejo de sus ojos cansados. Sus cabellos eran una maraña irreconocible y debajo de sus ojos había ojeras violetas.
El hígado comenzó a dolerle luego de un tiempo, tal vez por la cantidad de pastillas, se acercó al retrete para vomitar parte del contenido, pero la pesadez en sus párpados le ganó.
Cayó inconsciente en una oscuridad sin principio ni fin, sin sueños, desolladora.
*
Keiichi se dirigía a casa de Misaki. Estaba preocupado, pues no le había vuelto a ver desde la ceremonia de matrimonio de Takahiro, hacía menos de una semana, cuando se había ido con ese lindo muchachito a desahogar sus frustraciones.
Lo había pasado fantástico, de algún modo. Andaba necesitando una buena follada para despejar su cabeza y su libido, que amenazaba con sobrepasarle con la cercanía del enano de ojos verdes; pero éste parecía ignorarle desde entonces. Luego de aquella noche no había contactado con el chico de facciones andróginas, pero no planeaba hacerlo; ambos sabían de antemano que solo era un mero desfogue.
El problema comenzaba luego. Sí, había disfrutado, pero luego de acabar se había sentido vacío e incompleto, culpable y estúpido. Ver a Misaki… buscarle en el menudo cuerpo del otro, imaginar que eran aquellos labios delgados color fresa los que besaba y no los de ese chico lo habían hecho ver algo que odiaba… que, por mucho que follara con otros solo el ansia de sexo se iría, pero su frustración aumentaría más y más.
— ¿Estará en casa?— susurraba. El camino era tranquilo y con poca gente— Había conferencia para los ingresantes...
“He ido a la universidad a esperarle para darle un recorrido, como le prometí cuando pasó, pero no apareció. ¿Habrá sucedido algo? ¿Por qué no me llama?”, aunque su mente había analizado miles de posibles opciones, su narcisismo a veces le vencía, siendo derribado luego por su complejo de inferioridad- que solo aparecía cuando de Misaki se trataba-. “¿Me habrá visto con ese chico y se cabreó? Pff, como si fuese posible. Maldita sea, de seguro y me felicitaría”
>> He llegado. Ahora sí— estacionó el auto. No recordaba haberlo utilizado tanto algún otro verano. Llamó a la puerta. Una vez, dos veces. A la tercera comenzó a preocuparse. “¿Habrá ido para la universidad mientras venía? ¿Estará enfermo?” — Oye, Takahashi-kun—. Golpeó una vez más la puerta, para luego intentar abrirla— Joder, este niño. Ni cuenta se daría y podría tener la casa desvalijada— entró mirando a los lados. Todo parecía en orden, pero notaba algo: el calendario que siempre estaba con la fecha correcta tenía aún la fecha de la partida de Takahiro y no había rastro de que alguien hubiera usado la cocina en un tiempo.
Subió las escaleras y le encontró en el piso del baño, desparramado.
>> ¡JODER, Takahashi-kun! — corrió hasta donde Misaki yacía y se arrojó al suelo. Comenzó a chequearle para descubrir que solo dormía, y al seguir observando, notaba que había pequeñas etapas en las que éste se volvía violento, al punto en que se acercaba a despertarle pero lo reconsideraba y se detenía a escuchar sus palabras
— Mamá… mamá… Lo siento— gritó con voz compungida—. Lo siento… Yo no quería. No fue mi culpa… ¡Madre! ¡NO! — De sus ojos caían lágrimas.
Keiichi se sentía un intruso, alguien que no debía presenciar aquello, pero si él no lo hacía, ¿Quién lo haría? ¿Takahiro? No, ahora solo quedaba él para Misaki.
“Mierda, solo yo termino colgado por personas tan problemáticas”, se dijo a sí mismo.
Con cuidado levantó su cuerpo. Se notaba que estaba demasiado ido como para despertarse; lo llevó a su cuarto.
Tomó su celular y llamó al número del chico. Oyó el tono del celular de Misaki y el del vibrador chocando con la madera del aparador. Se acercó allí, sostuvo el mismo entre sus manos y marcó a alguien que no creía volver a tener que hablar por un buen tiempo: Takahiro.
— Hola, ¿Takahashi-san? Soy Sumi Keiichi, el amigo de Takahashi-kun. Lamento interrumpirle en su luna de miel, pero creí que debería saber que Misaki… — miró al chico, durmiendo pacíficamente. “¿Qué piensas, Misaki? ¿Por qué tomar somníferos y quedarte mirando la nada hasta que te afectaran? ¿Qué planeas? No puedo decirle eso a tu hermano, ¿cierto?”— ha estado demasiado cercano a mi hermana desde su ausencia… Es algo incómodo decirlo, pero siendo su hermano podrías hablarle, ¿cierto? — “Ciertamente, no puedo contarle algo que yo mismo no comprendo del todo…”
“— Oh…” — rió, sonaba apenado—. “ Lo siento, lo siento. Sí, ha de ser incómodo por ser tu amigo; se lo diré.”
— Por cierto… — le detuvo sin intenciones de hacerlo—su madre… ¿Puedo preguntarle sobre ella…? — no pudo evitar preguntar. La curiosidad le picaba.
“—…” — hubo un silencio incómodo. Del otro lado de la línea, Takahiro estaba estático. “¿Lo sabe? ¿Tanta confianza hay entre ambos?”— “¿Qué sabes de ella?” — Su tono había cambiado drásticamente. La tensión era perceptible.
— No. Nada. Olvídalo…
“— Dime, ¿él te lo ha dicho?”
— No. No. En serio, no es nada.
“— ¿Ha dicho algo sobre ella?” — Parecía exaltado. “Él nunca me ha hablado respecto a ese tiempo. Lo ha evitado tanto como le fue posible. Sé que no quiere herirme con ello, pero él ha sido quien peor estaba. Joder, ¿le ha dicho?”
— No es eso… — suspiró— es solo que la llama en sueños. O mejor dicho en pesadillas.
“— ¿Las ha vuelto a…?” — hubo un nuevo silencio en el que Takahiro parecía hundirse en conclusiones propias —. “Gracias, Sumi-san. Me has ayudado mucho, al igual que a él. Lo siento, te dejaré.”
Bip. Bip. Bip.
¿Qué diablos ha sido eso? — suspiró, sin saber si lo que había hecho era bueno o malo. De algún modo, tal vez, Takahiro supiera que hacer, cómo reaccionar… él, lastimosamente, solo era un conocido… solo eso.
— M- madre… — Se dio vuelta y miró preocupado a su objeto de obsesión. ¿Por qué diablos ese mocoso no sentía nada por él? ¿Por qué no podía abrirse a él y contare sus preocupaciones?
*
“Hacía mucho que no sufría pesadillas con esa mujer”, Takahiro estaba sentado en una reposera junto a una playa en las Filipinas. Kana estaba mojando sus pies, por lo que esa conversación había sido bastante privada.
“¿Por qué ha vuelto a tenerlas justo cuando no estoy a su lado? ¿Debería hablar con Kana y volver antes? No. Él me odiaría por eso. Le conozco como para entender eso al menos… Pero no puedo solo dejarle. ¿Qué hago?”. Observaba el horizonte. El calor era abrumador. En esos días de su estadía había tomado un color más moreno de piel, aunque no tanto.
Le encantaba el lugar. Aún tenía una semana allí antes de volver a Japón. Pero aunque volviera, cuando lo hiciera, debería enfrentar el traslado a Hokkaido, el norte del país.
¿Cómo iba a proteger a su queridísimo hermano desde tan lejos?
Ya no era solo por capricho o no poder dejarle ir… Si Misaki seguía solo, no solo volvería a vivir el dolor de recordar, sino que tal vez el estrés y la depresión volviera junto con todas aquellas cosas que había superado lentamente luego que Takahiro se hiciera cargo de su custodia
“Tengo miedo, Misaki. Temo mucho, pero no puedo hacerte renunciar a la universidad.”
Casi automáticamente, como cada que un problema le superaba, se comunicó con Usagi. “Él no sabe toda la historia, solo que dejé la universidad para cuidarle, pagar cuentas médicas, y la colegiatura de Misaki. No hacía falta que comentara la historia para que supusiera que no era bueno”.
— Usagi— murmuró con la voz apagada cuando sintió el tono del otro lado—, no sé qué hacer.
“— ¿Ya te has arrepentido de tu matrimonio?” — preguntó sin mucha esperanza
— No, idiota. Ah…— suspiró—. ¿Debería quedarme en Tokio? Realmente no lo sé…
“— ¿No habíamos hablado de esto antes? ¿Y no habías aceptado ya?”
— Lo hice.
“— ¿Entonces?”
— Es Misaki. Sé que… no está bien. Probablemente sea… ‘eso’. Tengo miedo, ¿sabes? — Sonaba angustiado—. Si… ¿y si hace alguna estupidez? Tú no lo viste en ese entonces… pero estaba tan mal que…
“— ¡Oye, oye! ¡Espera! ¡No llores!” — le intentó calmar. Supo aunque no lo viera que Takahiro estaba al borde de las lágrimas.
— No puedo dejarle solo, Usagi. Es… ¡es mi hermano, por dios santo! ¡No puedo! ¡Preferiría renunciarle a que sufriera otra vez!
Aquello fue un golpe duro para Akihiko, quien no sabía si él mismo tendría culpa en parte de lo que Misaki sufría.
No tenía la cabeza en orden como para pensar en problemas que no fuesen los suyos, pero parecía que cuando de Takahiro se trataba, incluso su cerebro parecía colaborar para darle el espacio suficiente y avocarse a él… o a su hermano, como ésta vez era el caso.
“Mierda, tengo que ayudarle. Takahiro… él me necesita. Me necesita a mí y no a ella. Ella no lo sabe y, él no le dirá”, sonrió ante aquella idea. Incluso aunque supuestamente había tirado la toalla, seguía queriendo competir, ser el número uno. “¿Cómo?”
“— Debes ir a Hokkaido con tu mujer”— le dolió decir aquello, pero era buen actor. Podía aguantar un poco más… luego de evitarle en la boda había conseguido el suficiente coraje para mantenerse en contacto por correo y teléfono—. “Sé que le quieres y te preocupa que viva solo allí, pero si tanto temes, le hospedaré. Si él prefiere, puedo pagarle el alquiler de un departamento aparte, o lo que necesite. Sabes que no tienes que preocuparte por pagarme ni nada.” — Ni siquiera sabía por qué había ofrecido aquello. Era más que obvio que Misaki no querría vivir con él, que Takahiro se negaría a que pagara un alquiler por él, y que él no estaría dispuesto a compartir su espacio con aquel mocoso despreciable.
— ¿En serio puede quedarse contigo? — Preguntó ilusionado — Es otra historia si hay alguien que le vigile. Eres como mi familia. Confío en ti, Usagi. Sabes, sé que no eres de los que convive con otros, pero él… él necesita compañía aunque le cueste decirlo en voz alta. Por favor. Ayúdame.
“— Lo haré, aunque sabes que soy especial. Espero que tu hermano no me odie”— “Aunque ya lo hace”—. “Le daré techo y comida. Le ayudaré si es necesario. Controlaré que todo siga en orden” — sonrió falsamente. No tenía confianza alguna en que hubiera un más mínimo progreso entre ellos.
— ¿Lo harías, Usagi? ¿Por mí? — “Sí, sabía que con él podía contar”, Takahiro sintió un alivio profundo. No importara qué, Usagi, su Usagi siempre le apoyaba cuando necesitaba de un pilar. Era como parte de su familia. El hermano mayor que nunca tuvo.
Akihiko sintió una punzada en el pecho. “Sí. Es por ti. Cada jodida cosa que hago es por ti.”
“— Sabes que no puedo solo ignorar la situación. Iré a verle… No le digas nada. Es mejor así”— Cuando Takahiro iba a agradecerle, Akihiko le detuvo—. “Ni lo menciones.” — De fondo se oyó la voz de Aikawa gritándole—. “Oye, debo irme, pero lo solucionaré de algún modo. Tu ve a Hokkaido, que es algo que necesitas hacer. Nos veremos en el futuro, adiós.”
— Adiós, Usagi. Gambate kudasai (da lo mejor de ti).
—Lo haré. Como siempre— sonó petulante, pero así era él.
Su voz se esfumó. Takahiro se sentía mucho mejor tras esa corta charla.
Miró hacia arriba y notó que el sol casi no se había movido, seguía fulgurante encima de su cabeza. Por alguna razón, sentía que hubieran pasado horas; tal vez causa de la preocupación.
Kana seguía en el agua, solo que ahora tenía el cuerpo completo dentro del agua, inconsciente de que con una sola llamada todo podría haber cambiado para la pareja. Pero nuevamente todo estaba en el cauce correcto. “Misaki… ¿estoy siendo egoísta al no quedarme a vivir contigo o es lo que necesitas? ¿Debo dejarte allí por tu cuenta? ¿Es correcto recurrir a Usagi? No sé. No sé qué hacer.”
Tal vez pelearan, tal vez Misaki le odiara por no darle espacio… pero que hubiera comenzado a soñar con ella significaba muchas cosas y al mismo tiempo, quizás, nada.
*
Aikawa había notado por el cambio en su semblante que nada bueno había pasado. Le gritó un poco, solo para que supiera que era seria, pero se fue pronto del apartamento de Usami.
Éste se quedó allí, viendo con odio el maldito celular y la billetera de Misaki. Él nunca había convivido con nadie desde que se había independizado, y ahora, porque Takahiro necesitaba su ayuda, se había ofrecido a tener su casa como hotel para ese mocoso.
“Basta. Basta. ¿Qué tan mal puede salir todo?”. Dimensionó las posibilidades y suspiró cansado. “Mucho. Bastante”.
Vio el desorden, la suciedad de aquel lugar, que Aikawa procuraba limpiar cada tanto para que no se volviera precario, pero seguía pareciendo una pocilga. Una pocilga muy lujosa.
Decían que el hogar de uno dice mucho de la persona… Entonces, él era un puto desastre.
— Como sea… Iré mañana…
Dejó a un lado su computadora y tomó las llaves de su coche para poder despejarse un rato fuera. “Ya no soporto éste encierro. No puedo seguir aquí”.
Comenzó a dar vueltas por la metrópolis, se bajó en un Starbucks cualquiera y tomó un café latte, junto a la ventana. Veía a los transeúntes pasar, miles de personas que corrían apuradas de un lado a otro. Miles de nadies. Personas que no conocía, que probablemente nunca conocería, ni le interesaría conocer.
“Tokio es enorme, pero de toda esa gente sin rostro y nombres vacíos, he tenido que caer por mi mejor amigo y cagarla con su hermano”. El café le sabía más amargo que nunca e incluso tan caliente que le quemó, pero no se inmutó ni se quejó.
Dejó su mente divagar, observando.
El tiempo pasó, casi sin que se diera cuenta.
Cuando volvió a dar otro sorbo al café, aquel que antes le había quemado, estaba frío. Lo terminó y consideró que era mejor ir por el enano malcriado y llevarle a casa antes de que Takahiro se pusiera histérico.
*
—‘Lamento tener que irme sin saludar, pero mi hermana necesita un chofer y quién mejor que el hermano mayor, ¿cierto? Se me ha hecho tarde, pero no he podido evitar prepararte una taza de café para cuando despertaras. Contáctame cuando tengas tiempo. ¡Tengo ganas de verte! Oh, por cierto… ¡Eres divino cuando duermes! ¡Totalmente lindo! P/D: La próxima vez pon seguro en la puerta, me preocupas. ¡Saludos!’ — Misaki estaba algo avergonzado, tanto por sus propias acciones como por las palabras de sempai. — ¿Lindo? ¿Qué parte? — rió, dejando la nota que Keiichi había dejado a un lado y tomando entre sus manos la taza con el café que le había dejado.
Éste aún seguía caliente. “Se ha ido hace poco”.
Estiró el cuerpo. Le dolía todo y seguía con sueño, pues no había logrado descansar por las pesadillas.
Esa pequeña nota le había alegrado el despertar, trayéndolo de su mundo depresivo nuevamente a la superficie. Seguía odiando ese lugar y probablemente las pesadillas le perseguirían mientras viviera bajo ese techo, hasta que su corazón pudiera perdonar a su madre y dejar el pasado a donde correspondía.
Como Keiichi había dicho, una de las primeras cosas que hizo fue asegurar las cerraduras con llave.
Al terminar el café se sintió sofocado dentro de su propia casa. Lavó la taza y salió de su casa; algo que por días no había hecho.
El aire le golpeó de lleno en el rostro. “¿Desde cuándo está fresco?”, se preguntó, pues había ventisca y el día estaba un tanto gris
El solo llevaba una remera mangas cortas, blanca y, unos caquis grises; sin embargo no se abrigó. Le gustaba la sensación del viento en su piel, llevándose con el todo el cansancio acumulado. Era refrescante en muchos sentidos.
“Debería irme de aquí… odio éste lugar. Si he seguido aquí ha sido solo por nii-san. Tendría que conseguir un par de trabajos de medio tiempo para ayudar, ya que sería mucha carga económica.”
Aquella brisa le refrescó las ideas. “Nii-san probablemente se niegue a que viva solo o que trabaje, pero no creo tener muchas opciones. No quiero seguir aquí. Sé que es escapar, pero no puedo…”, se sintió débil. Un tanto inútil. Un poco impotente. Pero tranquilo… esa tranquilidad extraña, la calma que le antecede a la tormenta y que regresa cuando ésta se ha ido…
Estaba mucho más calmo desde que había despertado y eso le resultó sumamente inquietante, pero lo dejó estar.
Tan sumido en sus propias ideas, sentado en el escalón frente a la fachada, no había notado el arribo de un deportivo rojo hasta que éste hizo sonar el claxon.
El sonido lo sobresaltó y gimoteó en respuesta.
Al levantar la cabeza se encontró con un hombre que no esperaba ni deseaba ver… Menos aún en privado.
— Usagi-san…
*
“¿Qué diablos hace…? ¡¿…Mirar las aves?!”, se sorprendía que no hubiera notado semejante auto frente a sus narices.
— ¡Oye, mocoso impertinente! — Gritó, luego de tocar la bocina— ¿Estás sordo o qué? — rió con satisfacción al ver la mueca de obvio disgusto en su rostro.
Misaki se levantó, enfadado, abrió la puerta de su casa y entró, cerrando con un portazo audible. “¿Pero qué carajos se cree este…?”
>> Maldito enano. Por eso odio a los niños…— murmuraba entre dientes al bajar de su auto e ir directo a aquella dichosa casa —. ¡Abre la puerta, mocoso!
— ¡Váyase!
— ¡Abre esa maldita puerta, o juro que la derribaré!
— ¡NO! ¡Váyase! ¡Ahora! — Misaki estaba del otro lado, empujando la puerta por si intentaba derribarla.
Hubo un silencio, pero a pesar de la espera, no hubo ningún otro golpe.
— Como quieras, le diré a tu hermano que como no aceptaste mi ayuda tendrá que interrumpir su luna de miel…— dejó que la frase resonara en el pensamiento del chico
— ¿A qué te refieres? — preguntó mucho más calmado pero sin abrirle la puerta. No iba a confiar en él tan fácilmente.
— Oh, ¿no lo he dicho? — Preguntó con un tono sorprendido, clara ironía—. Ah, sí. Ha de ser porque un niño caprichoso me cerró la puerta en las narices sin esperar una explicación. ¿Por qué otra razón vendría si no fuere porque tu hermano me ha pedido expresamente que lo hiciera? ¿Eh? ¿Te crees tan importante como para que intente algo una vez más? — se rió, burlándose. “Joder, sí que quisiera…”, aunque en el fondo, sus pensamientos rondando a aquella noche eran claros. Había sido cruelmente dulce, un éxtasis morboso que, justo ahora cuando el calor de otro cuerpo le faltaba, se le antojaba deliciosamente tentador.
Guardó sus manos en los bolsillos del traje y miró a otro lado tratando de olvidar todo.
La puerta se abrió, y tras ella un alto y delgado cuerpo se apoyaba, con una valentía que había ganado sin saber de dónde.
— ¿Quién es el niño ahora? — Misaki tenía una sonrisa en su rostro, poco afectado por sus palabras. Era burlesca, casi un insulto en aquella situación
— ¿Perdón? — Akihiko estaba distraído y no entendía de qué hablaba.
— Mírate. Se puede ver en tus ojeras y en tu piel. La última vez eras el gran y todo poderoso Usami Akihiko, pero ahora solo te vez como el lastimoso Usagi que en el fondo eras. — sonrió nuevamente. Lo que había dicho bien podía tomarse como una declaración de guerra.
Los ojos de Akihiko se volvieron filosos y aquella mirada furiosa y penetrante que conocía muy bien volvió. Casi como si fuera la primera vez.
Sin darle tiempo a refugiarse, Akihiko avanzó peligrosamente cerca, aunque Misaki no se inmutó, tal vez por el miedo, tal vez por un falso coraje. Dominado por la ira, por la frustración de saberse débil, Akihiko se desquitó con el chico. Le sostuvo del cuello con una sola mano, levantándolo del suelo e impidiéndole respirar.
Se regodeó viéndole contraer el rostro en una mueca de dolor y se le infló el pecho del gusto al notar el temblor del cuerpo del mocoso aumentar. Pudo leerlo en aquellas facciones: Tenía miedo, mucho miedo. Y eso, increíblemente, le encantaba.
—Hmm…— el sonido de un gemido extraño le llevó de nuevo a la realidad, sacándolo de s ensoñación.
Le soltó y el cuerpo del chico calló. Misaki tenía un dolor insoportable, tosía y le costaba respirar normalmente… aunque el temblor de su cuerpo y el miedo tenían gran parte en aquello.
Akihiko estaba atemorizado de sí mismo. Había disfrutado cada expresión de Misaki, las había degustado a punto de excitarle. Sí. Estaba duro. Le había deseado, al verle tan frágil, tan… tan él.
Era confuso para él. Toda su vida había perseguido las sombras de su mejor amigo, solo saciándose físicamente, solo dejando a su cuerpo descargar sus frustraciones, pero ésta era la primera vez que alguien que ya le había complacido le despertaba el más mínimo deseo.
Y eso no era nada bueno.
Se mordió el labio lo suficientemente fuerte para hacerse a sí mismo reaccionar y se comenzó a fijar en cualquier cosa a excepción del cuerpo zozobrante del muchacho.
Misaki levantó la cabeza. Le había herido el orgullo a Akihiko, un golpe que sabía que le dolía más de lo que fuere a admitir, y eso le había sido un consuelo. Cuando recobró el dominio de su cuerpo, los temblores se fueron y solo el rencor quedaba, se atrevió a levantarse.
La noche se había vuelto fresca y una ligera llovizna había comenzado a caer. El otoño estaba cercano y cada vez se veía menos gente por las aceras. Los autos iban y venían, sin detenerse.
Esa casa seguía igual de vacía que siempre.
— Has tus maletas. Te quiero aquí en menos de 15 minutos— Akihiko le ordenó, sin ninguna posibilidad de esquivarle.
— ¿Por qué debería obedecerte?
— Porque si no lo haces, tu hermano quedará más que preocupado, y sabes que dejará a su novia en plena luna de miel solo por volver a verte… y tu no planeas arruinarle el matrimonio tan rápido, ¿o sí? — Akihiko tenía los ojos clavados en las esmeraldas más vivas, iracundas y, expresivas que había conocido.
— Maldito…— Misaki supo que había escogido las únicas palabras que le podían hacer reaccionar. Eso mostraba lo rápido que le había leído, lo mucho que entendía de él, de su modo de pensar, y de aquello que más apreciaba. O lo único, mejor dicho. Su hermano…
— ¿Y? No veo que te muevas. ¿No me escuchaste? 15 minutos —recalcó—. Corrección. 14 minutos.
— ¿Crees que porque digas eso iré contigo? ¿Me crees así de idiota? Estas son las condiciones— Akihiko le miraba incrédulo. “¿No solo invade mi casa, sino que impone reglas? ¿Quién se cree?”, no hizo comentario, permitiéndole la palabra, más curioso que otra cosa. Iré, dejaré mis cosas allí, mi hermano creerá que ese es mi hogar, pero no dormiré allí a menos que me parezca. Respecto a la renta… se la devolveré cuando consiga un trabajo.
— ¿Eso es todo? Solo engañarás a tu hermano. ¿Dónde dormirás? No seas estúpido y ve por tus cosas. No hay renta, solo limpia la casa y prepara la comida. Eso es más que suficiente. Esperaré en el auto. — no le dejó replicar, pues se fue de allí, cerrando la puerta tras de sí. Era un mejor trato a tenerlo 24/7, pero no lo iba a admitir.
Dejó que la lluvia le mojara, espabiló la mente, refrescó su cuerpo hasta que la sangre dejó de centrarse en su entrepierna. Estaba furioso, quería golpear algo, por lo que ni ben se subió al deportivo se desquitó con el inocente volante. Dio un golpe y otro más. “Es un jodido mocoso, ¡un mocoso! ¿Cómo puede ponerme un mocoso?”, despotricó hasta que vio la puerta abrirse.
Tras ella un bolso de tamaño grande salió. Misaki parecía un poroto al lado del mismo.
“Maldita sea, Takahiro. No puedo creer que haga estas idioteces solo por ti”, Akihiko tragó en seco y miró a aquel estúpido que le ponía de mal humor cada vez que lo veía. “¿En qué me he metido? ¿Cómo he terminado como niñera de un enano?”
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