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16 septiembre 2013

Destino enadenado - Capitulo VI

 




 
 
Destino enadenado
Autor: hanachan
hanachan en: Mundoyaoi Y Amor-yaoi

 




Capítulo 6
 
Hogar, dulce hogar
****

 
—Ya llegamos, es aquí— Misaki le indicó a Keiichi en donde estacionarse.
Keiichi había hecho un recorrido por Tokio hasta llegar al hogar en donde vivía aquel chico.
Era una casa de familia lo suficientemente grande como para que cuatro personas convivieran cómodamente. El lugar era moderno, pero modesto. No había grandes lujos, pero no era fea ni barata.
— Bien, entonces, aquí es donde nos decimos adiós — Keiichi no pudo ocultar lo decepcionante que eso sonaba, aún cuando intentó sonreír.
Eh… Sumi-sempai…— le llamó antes de bajarse del auto. Cuando la mirada de Keiichi se clavó en él, tragó en seco y volvió a hablar—. Sempai… Gracias.
Su tono fue honesto. Su voz fue suave y un poco quebrada.
>>Gracias — Repitió—. De no ser por usted, quién sabe qué me habría pasado. Tal vez y seguía tirado en esa plaza, sin idea de dónde estaba y sin dinero o comida. — Hizo una pausa— Pensándolo bien, le debo mucho más de lo que me había dado cuenta.
— No es nada, pequeño — Keiichi se sintió alagado. Notaba en sus ojos que era honesto. Quiso tocarle, pero supo que eso no haría ningún bien.
—Sí. Sí lo es. Es mucho — sonó un poco exaltado— Por favor, déjeme compensarlo de algún modo. Me sentiría avergonzado si no puedo devolverle el favor que me ha hecho hoy.
—Entonces, ¿puedo tocarte?
— ¿Eh? — Misaki se exaltó y su cuerpo se puso rígido. —N-n…está bien… — cerró los ojos. “No es nada. El no te hará nada. Confía”, su cuerpo había comenzado a temblar.
—…— Keiichi supo que había hecho mal y se recriminó mentalmente. Sonrió. Él había aceptado a pesar del miedo que sentía. Llevó su mano al costado de su rostro y luego le despeinó— Ya, ya— le calmó— no te asustes. No te haré nada que no quieras.
— L-lo siento
— No hay porqué disculparse. Ya sé. Ten una cita con migo
— ¿Qué?
— Te esperaré el sábado en la misma cafetería a las ocho —le mostró una sonrisa inocente.
— ¿Q-qué? —No sabía cómo reaccionar.
— No es una obligación ni nada. Si no vienes, lo entenderé. Te estaré esperando, no lo olvides.
— Yo…
—No te preocupes. No tienes que decidir hoy, ni ahora. Esperaré por ti. ¿De acuerdo?
— De acuerdo… — podría haberse negado, pero no lo hizo. Le debía eso al menos, ¿cierto? — Ya me tengo que ir.
— Nos vemos, Misaki-kun
Misaki se bajó, sin notar el cambio que había hecho Keiichi al llamarlo por el nombre, demasiado shockeado, tal vez.
— Nos vemos, Sumi-sempai­ hizo una reverencia y se dirigió la puerta de su casa.
Giró y vió el auto arrancar y perderse en las lejanías de la callejuela.
Suspiró audiblemente y se apoyó sobre la puerta.
“Oh, dios… Estoy en casa.”, miró la puerta con cierto pavor. “Es hora de ver a nii-san”
¿Qué mentiras le diría?
¿Cómo encubriría el pavor que había surgido ante el tacto? ¿Las marcas en su cuello? ¿Los moretones?
Oh, dios.
No había ni una vez reflexionado de cómo hablaría con su hermano.
Tanteó el bolsillo y notó que no había nada allí. “Estos no son mis pantalones, que idiota”, se mordió el labio. No podría escabullirse a su cuarto.
No tenía llaves. Ni escape.
Estar allí parado, frente a su casa le hizo olvidar todo lo que había sucedido aquel día, o aquella ‘cita’. Lo único que permanecía presente eran Akihiko y Takahiro.
****
“Es realmente tarde, ¡¿Dónde se habrá metido este chico?! ¡Maldita policía que no piensa hacer nada hasta después de 72 horas! ¡¿Quién sobrevive después de ese tiempo?! Ayer no volvió a dormir… Entendería perfectamente si es que hubiera vuelto al amanecer de la casa de alguna novia, pero no es el caso… ¡Y todavía no llega! Joder, Misaki ¿Dónde te metiste?”
Takahiro caminaba de un lado a otro de la casa.
Tomó su celular por centésima vez ese día y marcó al número de celular de su hermanito. Y por centésima vez fue redirigido al correo de voz.
¿A quién debía acudir si la supuesta justicia no hacía nada por su pequeño? ¿Qué sería de él si Misaki no volvía? ¡Ahhh! La desesperación lo envolvía.
Aún no era medianoche, pero el sol se había perdido.
La noche comenzaba a refrescar y el viento a correr. ¿Qué demonios estaría haciendo?
Iba de un lado a otro, pensando… Tal vez, si la justicia no hacía nada por su cuenta, el dinero tendría algún cambio…
No era su estilo, claro, pero por Misaki se arrodillaría para pedirle a Akihiko, su amigo de la infancia, que lo ayudara a contratar a alguien que lo buscara. “Maldito niñato, ¡¿Dónde te metiste?!”
No sabía qué hacer ni cómo actuar. Estaba en un lío. Un verdadero lío
Esa pesadilla no acababa… ya le había fallado una vez cuando niños… ¿Tenía que seguir cometiendo esos errores estúpidos siempre? ¿Por qué nunca era capaz de protegerlo? Se sentía al borde de las lágrimas…
Su novia no estaba allí y lo agradecía. Ya suficientemente malo era llorar solo, pero que ella lo viera… eso sería mucho más penoso.
Giró, decidido a hacer una llamada a Akihiko, convencido de que si alguien podía ayudarlo y siempre estaría para él, ese sería su mejor amigo.
Limpió su rostro, quitando de ella las molestas lágrimas que caían por su rostro y marcó el número.
Un tono. Dos.
> ¿Hola? — escuchó la voz gruesa de Akihiko del otro lado, pero su propia voz no salía. — ¿Hola?
En ese preciso instante, alguien llamó a la puerta.
Colgó ni bien la oyó. Dejó el teléfono a un lado y se apresuró a atender.
“Misaki, se tú. Por favor, se tú”, rogó, plantándose frente a la puerta.
No quería abrir. No quería desilusionarse si su hermanito no estaba tras la puerta. Pero a la vez la impaciencia lo carcomía.
Abrió de golpe y lo encontró allí. Pálido, delgado y pequeño. Esa imagen se clavó en su pecho, como un débil recuerdo.
Lo abrazó. Lo apretó tanto que no le permitía respirar. No quería soltarlo.
— Oh, Dios santo. — Susurró con la voz quebrada, con un tono cargado de frustración por no haber podido encontrar antes— Misaki. Misaki — le llamó, sintiendo que se desvanecería de un momento a otro. Sus rodillas flaquearían si no se aferraba a Misaki aún más.
No podía perder a su hermano. No podía hacerlo sufrir una vez más.
No de nuevo.
El alivio que sentía Takahiro era incontenible.
Una mezcla de emociones se arremolinó en su interior; ira, angustia, desesperación y alivio.
Se separó de él y lo miró. Su mirada atravesó al chico.
Era una mirada dura y a la vez cálida.
Takahiro se tensó en un instante, hizo pasar a Misaki al interior de la casa y cerró la puerta.
Estaba buscando palabras, pero no las hallaba.
Se giró hacia él, que miraba hacia el suelo, sin saber qué decir.
—Lamento…. Lamento haberte…— El chico tartamudeaba un tanto alterado, nervioso.
No le dejó continuar. Apretó la mandíbula y dejó que la ira lo dominase un instante.
Le dio una cachetada tan fuerte que dejó el rostro de Misaki rojo.
El no era violento ni mucho menos. Es solo que… ¡joder! Lo quería demasiado. Estaba tan, tan preocupado.
Shh, no digas más— Misaki lo miraba desconcertado. El nunca, NUNCA, había levantado la mano contra él— Lo siento… Lamento haberte golpeado— Le abrazó a nueva cuenta.
Se aferró a él y comenzó a llorar
>> Lo siento, Misaki. Te quiero. Te quiero tanto— sollozó— Estaba… ¡Estaba tan preocupado por ti! ¡No sabía nada de ti! ¡No podía contactarte!
Nii-san… perdón. Yo… — Misaki le vió tan destrozado. Tan demacrado. No pudo enojarse con él por el golpe. Por un pequeño instante pensó que, sí, que él merecía aquello por haber ido una molestia.
Tenía ojeras. No había dormido la noche anterior y se notaba.
Misaki no podía culparle, ni podía evitar lamentarse por causarle problemas. Amaba a su hermano sobre todas las cosas. Sobre a cualquier persona.
>> Estoy bien, nii-san. Ya estoy grande. No tienes que preocuparte tanto— intentó calmarle, dándole unos golpecitos a su espalda mientras era abrazado.
Él también comenzó a llorar. Dejando sus penas fluir, su angustia escapar y sintiéndose reconfortado en aquellos brazos que eran su hogar. ¡Cómo había echado de menos esa sensación!
Se sentía incapaz de confesarle lo que aquel bastardo le había hecho.
— Gracias al cielo lo estás. Oh, diablos — Takahiro se separó un poco—. Mira que poco genial se ve tu hermano llorando de éste modo— Takahiro rió, sintiéndose mucho mejor. Ya no había nada más que alivio. Se alegraba de que Misaki estuviera allí. Se limpió las lágrimas y le agitó los cabellos, arrastrándolo al comedor— Por momentos olvido que ya no eres mi pequeño niño — le sonrió.
—Lo sé. Pero me gusta ser tu niño — le dijo, sentándose en su regazo, dejándose mimar aunque aquello le doliera físicamente.
Takahiro le miró el rostro. Estaba pálido, pero la zona en que le había golpeado seguía roja. Sintió culpa y le dio un beso en la mejilla. Y le apretujó contra sí mismo.
— Dime, ¿En dónde has estado? Casi muero de la preocupación, ¿sabes? — Le regañó, con un tono tan cálido que Misaki no lo podía tomar como un regaño.
Ah, ¡como adoraba a su hermano!
Sus sonrisas no eran forzadas. Su cuerpo no temblaba. Takahiro era su lugar seguro, su oasis en ese desierto. Y lo quería a morir.
— En ningún lado en particular… Por allí.
Takahiro descubrió la mentira al instante, pues Misaki no era nada bueno mintiendo.
— ¿Y esas fachas? —inquirió curioso, notando que aquellas no eran sus ropas usuales. Eran un poco más grandes incluso.
Ehh ¿Cómo explicarle? ¿Qué debía responder?
Takahiro sintió un aroma distinto al abrazarle y acercar su nariz al cabello de Misaki. Ese no era su perfume, ni el mismo shampoo.
Casi como si se tratara de un puzle, conectó las piezas al notar las marcas de chupones en el cuello del chico, que no sabía ni dónde mirar ni cómo comenzar a hablar.
Takahiro rió. “¿En qué momento llegó a esa etapa sin que me diera cuenta?”, se sintió un poco feliz de que ya fuera todo un hombre, un poco deprimido de que ya no fuera su niñito y, un poco enojado de que no le hubiera confiado el secreto él mismo.
Oh, con que esas tenemos — murmuró—. ¿Tienes novia, Misaki?
— ¿Eh?
—Vamos, que ya no eres un crío. Puedes decírmelo.
—Yo… eh… — Misaki no tenía idea de cómo había llegado su hermano a esa conclusión, pero pensó mejor y le pareció una buena tapadera. Una muy buena— Sí. Lo siento… Debí decirlo antes.
— No te preocupes, no te aflijas. Pero espero que vayan con cuidado, ¿no?
Misaki tomó un color rojo. Esas cosas nunca las había hablado con su hermano, ni tampoco tenía prisa por conversar de aquello. Mucho menos ahora.
El solo pensar en el ‘sexo’ le llevó a un recuerdo nada agradable. Tembló imperceptiblemente y sintió nauseas.
—Ya. No hay problema — rió fingidamente y se levantó de golpe — Eh, sabes. Estoy un poco cansado así que… iré a mi cuarto si no te molesta
Oh, no. Ve. Descansa. ¿Seguro que no quieres comer algo antes? Debes tener un apetito de los mil demonios, ¿o no?— Takahiro estaba cegado por el alivio al punto de no ver a través del chico. El solo tenerlo allí le era suficiente. Seguía vivo. Seguía a su lado. El aún podía protegerlo.
— No. En lo absoluto — respondió rápido, sintiendo que las nauseas lo harían vomitar. Si comía algo, definitivamente lo devolvería. — Ya he comido en casa de sempai — respondió automáticamente.
— ¿Es mayor que tú? ¡Vaya! ¡Así que te gustan más grandecitas!—exclamó riendo— Oh, bueno. Supongo que hay muchas mujeres que gustan del tipo adorable y dependiente ¿verdad? — rió, sonrojando al chico. Misaki había dicho una verdad a medias, y su hermano había creído lo que era más conveniente. No había nada malo en no corregirle, ¿verdad? — ¡Oye, Misaki! — Le llamó una última vez, antes que éste se girase, aparentando enfado por aquel comentario— Si te vas a desaparecer de nuevo, me avisas. No quiero que esto se repita, ¿de acuerdo?
Su voz, su tono y su expresión cambiaron en un segundo. Estaba tan serio que asustaba. El corazón de Misaki saltó. Parecía su padre cuando se ponía así. Había llegado preparado para ese momento de tensión, pero al no haber sucedido antes, se había relajado.
Bien, sí, la había jodido. Había que afrontar ciertas cosas.
—Sí, nii-san. Agachó la cabeza. No le era necesario aparentar arrepentimiento, porque lo sentía.
Se arrepentía de haber ido a ese lugar en primer lugar, de haber enfadado a aquel hombre en segundo, y de causarles problemas a todos en tercero.
Misaki desapareció, dirigiéndose a su habitación.
No quiso pensar. Solo cerró su mente a la idea de que eso era lo correcto, pues si no lo hacía se retractaría.
Fue a su habitación corriendo a pesar del dolor y se encerró allí. Cerró la puerta y se dejó caer en el suelo, apoyando su espalda contra la pared. Miró sus muñecas moreteadas, aferrándose con fuerza vertiginosa a la realidad.
Dolía.
Sentía los moretones siendo presionados por él mismo contra la pared, y los apretaba aún más. Quería que dolieran; quería recordar que estaba allí, que no merecía permanecer junto a su hermano. Difícilmente había logrado verle la cara…
Cuando todas esas ideas se fueron y solo quedaba el deseo de pasar página, se tiró en su cama.
Las nauseas se fueron, pero seguía incómodo.
Cerró los ojos y se recostó de perfil, sin taparse siquiera.
Su cuerpo se estremeció de dolor. No encontraba una posición que lo ayudara. Las muñecas, la espalda, la cintura, los pies, el pecho y el abdomen, las caderas, pero su culo por sobre todas las cosas.
No quería moverse de allí. No deseaba ver a su hermano.
Lo quería. Amaba su sonrisa, pero él no se sentía nada alegre y soportar la jovialidad en esas condiciones lo agobiaba.
Necesitaba la calidez de sus abrazos. Le necesitaba allí a su lado, consolándolo, pero no podía decirle que no se encontraba ben.
Y, había que aceptarlo, las cosas habían salido mejor de lo que había planeado. No había explicado nada. Prácticamente no había hablado por la efusividad de su hermano. Sin embargo, aún quedaba la peor parte de todo. Encerrar todo su dolor iba a costar, pero estaba dispuesto a hacerlo. Por su nii-san lo haría.
Si tan solo pudiera desaparecer de su mente.
Pronto tendría que dar el ingreso a la universidad, no tenía tiempo de pensar en ese hombre.
Si tan solo no tuviera que ver las marcas en su cuerpo…
No. No debía recordarle.
Cerró los ojos. Estaba muerto del cansancio, eso no era mentira, pero no lograba conciliar el sueño.
Mil ideas revoloteaban en su mente.
Las paredes de su cuarto lo protegían, entonces, ¿de qué temía tanto? Ese hombre no lo tocaría de nuevo. No de nuevo.
— Joder. Joder. Joder. Joder— susurraba, acostado boca abajo y tapando un grito en la almohada.
“Maldita sea, no puedo seguir así. No puedo vivir con miedo. Tengo que superar esto. Tengo que seguir con mi vida”, el no lograr dormir lo había puesto histérico.
Miró el reloj: 1.37 am.
“Tengo que ser fuerte”, se dijo a sí mismo. “Ha sido sexo, solo eso. No hay nada… nada raro en el sexo”.
Intentó consolarse. “Ya habrán segundas, terceras y muchas veces más. Que él tenga la primera no significa nada. Nada”, tal vez no lo sintiera, pero de algún modo le aliviaba. El pensar así le hacía sentir que no todo estaba perdido.
Inhaló profundo.
El sueño llegó. El cansancio comenzaba a sobrepasarle, y le alegraba. Eso significaba una pausa al dolor.
Lentamente fue envuelto en una brumosa inconsciencia, hasta que dejó de sentir aquellas punzadas de diversos lugares de su cuerpo.
La penumbra ocultó todo aquello, sumiéndolo en un sueño profundo.
****
Era viernes.
Sus clases de secundaria habían terminado esa semana y, luego de la ceremonia de graduación le podría decir adiós a ese circo oficialmente.
Las vacaciones de verano comenzarían y solo le quedaría enfocarse de lleno en los exámenes de ingreso a la universidad M.
Aún no había pasado una semana completa desde el incidente con Akihiko, pero lo había logrado sobrellevar de algún modo.
Había mentido a su hermano y le había dicho que le habían robado el celular y la billetera junto con sus llaves, y éste se había preocupado, pero con eso había logrado cubrir varios de los moretones de sus piernas y el del abdomen.
Llevaba muñequeras constantemente, y evitaba cualquier contacto con otros hombres.
Había descubierto que, salvo por Takahiro, cada vez que algún hombre le tocaba, el pánico y esa sensación de ahogo e irrealidad lo invadían.
Ya no tomaba el metro por temor a tener esos ataques, y argumentaba que de ese modo, haría ejercicio yendo en bicicleta al colegio.
Sus amigos lo notaban extraño, pero nadie preguntaba nada y, aunque lo agradecía, debía de esconderse cada vez que quería llorar.
El color de los moretones se había intensificado a un tono purpúreo. Pero la peor parte era ir al baño. Al principio había sangre, no mucha, pero la suficiente como para darle nauseas.
Últimamente solo ardía.
La tarde caía.
Estaba en el camino de regreso a casa.
Hacía calor, pero parecía que podía llover de un momento a otro. Maldito verano.
Se sentía sofocado, y el sudor caía por su rostro y su cabello se pegaba a su piel. No era partidario de hacer ejercicios, pero no tenía otra opción más que volver en bicicleta. Nuevamente, legando eso a su susodicha ‘novia’.
Ya no lloraba, pero tampoco reía. Se había vuelto una vida monótona de falsedad en la que interpretaba el papel del alegre Misaki con saña. Evitaba tanto como podía a sus conocidos, ahorrándose el cansancio de mentir. Pero sabía que no aguantaría mucho de ese modo.
Al llegar a casa suspiró, se limpió el sudor de la frente y entró a casa con un nuevo juego de llaves.
No había vuelto por las propias, ni tenía planeado hacerlo. Ya daba por perdido su celular y su billetera.
Tadaima (he vuelto) — exclamó, esperando la respuesta de su hermano, pero no la escuchó. “Ah”, suspiró, “Tal vez trabaja horas extras nuevamente o algo…”
Entró a la cocina y comenzó cocinar para ambos.
Cuando todo estuvo listo, preparó la mesa y guardó la ración de su hermano para que la calentara cuando llegara.
Últimamente Takahiro llegaba más tarde de lo usual, aunque no le importaba mucho. Incluso podía decir que agradecía no tener que verlo tanto.
Se sentó y comió en silencio, mirando el asiento vacío frente a él. “Joder, ¿en qué momento me he convertido en un antisocial? Escapando de la gente, rehuyendo de mis problemas… de mi mismo. Ya no puedo más con esto”.
Al terminar recogió los trastos y se encerró en su cuarto. Se tiró en su cama y comenzó a leer libros.
“Necesito desahogarme, pero ya no quedan más lágrimas que llorar. Quiero dejar de sentirme tan impotente, pero no logro olvidar el miedo. ¿Por qué no puedo estar con mis amigos como si nada? ¿O tomar un bus o un tren normalmente?”.
Frustrado, golpeó la almohada y arrojó el libro. Apretó la mandíbula y con la furia creciente comenzó a golpear las puertas del placar. Los nudillos dolían, pero sentía rabia. Necesitaba de eso.
No importaba hacer ruido, porque nadie lo escuchaba. Y no supo si eso era bueno o malo.
Cuando se sintió a gusto, o no tan tenso a menos, se tumbó nuevamente en su cama. Miró por la ventana de su cuarto. La noche comenzaba a refrescar y las estrellas se podían ver, a pesar de que el cielo aún no oscurecía por completo.
El tiempo pasaba lentamente, como una dolorosa tortura.
Perdido entre miles de pensamientos e incapaz de volver a los estudios, su mente hizo ‘click’.
“Diablos. Entre el ir y venir de clases, más la discusión con nii-san, lo había olvidado”, se reprendió a sí mismo. “Joder, cierto. Hay alguien con quien puedo hablar.”
El recordar que había alguien que, si bien no sabía su historia a detalle completo, se podía hacer una idea de la situación con solo haberlo visto aquel día.
Muy torpe, como era, había olvidado que Sumi-sempai le había ofrecido una mano, y él tenía que devolver aquel favor.
“Mierda, ¿Irá? Es él quien lo propuso, pero…”, la indecisión se apoderó de él.
Finalmente su mente se había relajado. Se volvía a sentir un adolescente con solo pensar en salidas, divertirse, y, por qué no, en un nuevo amigo.
“Tengo que ir”, se emocionó.
Por una vez en toda esa semana sintió que quería ver a alguien. No era que le agradara más que sus amigos, pero con él no tendría que fingir. Eso y solo eso lo impulsaba. Bueno, tal vez la deuda también, pero no iba al caso.
“Sí. Iré”, se alegró. “Iré y me encontraré con sempai una vez más”.
Un ruido en la planta baja lo alertó. Alguien había abierto la puerta, y probablemente era Takahiro, pero no podía evitar pensar que tal vez ese hombre había cogido sus llaves y…
“No, basta”, se dijo. “No puedo hacer mi vida alrededor de lo que ese hombre haga o no haga”.
Sin embargo su hermano no le saludó como era costumbre, y eso lo mantuvo inquieto.
Cogió la cuchilla de su cartuchera, como única arma de defensa y se apresuró a bajar.
Fue una sorpresa el escuchar unas risas acalladas y susurros. Eso definitivamente no era normal.
Shh, ya lo he dicho. No aquí. Misaki está arriba estudiando o durmiendo— reconoció esa voz como la de su hermano y dejó de presionar la cuchillita en su mano, notando que, por torpe, había hecho un fino corte en la misma. Era bastante superficial, afortunadamente.
— Vamos a tu cuarto. Está lejos y si no hacemos ruido…— esa voz era de mujer definitivamente.
— Lo dice quien nunca logra mantener el silencio— comentó suspicazmente Takahiro.
Misaki repentinamente se sintió un idiota. ¿Qué hacía allí con una cuchilla?
Takahiro era un hombre, claro que podía tardarse y llegar con su novia a casa. Claro. Era algo obvio. Él no era ningún crío tampoco para no imaginar que las razones por las que llegaba tarde eran aquellas, simplemente prefería no pensarlo.
Su cuerpo temblaba. No había ira. Tampoco confusión. Todo era muy claro, no le molestaba. Era ‘normal’.
Pero su cuerpo convulsionaba. Sentía miedo una vez más. Ese hombre era Takahiro, esa mujer, su novia. ¿De qué temía?
“Del sexo”, respondió internamente.
Efectivamente, su cuerpo, lejos de sentir éxtasis, temblaba del pavor.
Arrojó la cuchilla y corrió a su cuarto, encerrándose. Miró la herida y la lamió, sintiendo el sabor a óxido en su lengua. Pero sus manos seguían trémulas.
“¿Por qué no puedo ser ‘normal’? Joder, ¿por qué?”
Maldijo el no tener teléfono. Eso equivalía a tampoco tener música ni nada mejor en lo que concentrarse para no oír los rudos que, pronto, vendían de la otra habitación.
Se metió en la cama y se tapó con la colcha. Cerró los ojos y, hasta no caer dormido, no dejó de cantar en voz baja para apabullar cualquier otro sonido. Pronto, el sonido de lluvia chocando contra su ventana ocultó cualquier otro sonido.
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