Destino enadenado
Autor: hanachan
Capítulo 5
Un lugar que desconozco
***
“¿Qué hago? ¿A dónde lo llevo? ¿El hospital? ¡No se dónde es su casa! ¡¡¡Mierda!!! ¡¡¡Mierda!!!”
Tenía miedo y no sabía que hacer. Lo único que podía hacer era llevarlo a casa, el único lugar seguro que conocía.
Tenía fiebre sí, pero su cuerpo estaba descuidado. Era un quiebre emocional.
Su cerebro necesitaba un lapso de descanso y el podría ayudarlo con ello.
Supo por el comportamiento de Misaki que lo que necesitaba era ir a un médico urgentemente, pero también que podía ser muy reticente a la hora de dejarse atender.
Eso no era nada normal.
Esos ataques de histeria en los que temblaba y se petrificaba lo asustaban a muerte. Eran cosas que un psiquiatra debía atender.
Pero él no era quién para hacer la decisión por cuenta del chico.
Con el chico en su espalda, caminó de regreso a casa, soportando la lluvia incesante. A las tres cuadras consiguió parar un taxi.
Aún entre dudas, sin más opciones, indicó la dirección a su hogar.
No pasaron más de veinte minutos antes de que llegaran a la mansión Sumi; una casa tradicional japonesa. Lujosa, bella, como sacada de una revista de decoración.
Y lo suficientemente grande como para ocultar a Misaki de sus padres.
****
Lentamente, Misaki se despabilaba.
¿Qué día era? ¿Dónde estaba? ¿Qué había pasado?
Esa no era su casa, eso sabía, pero nada más. Estaba aturdido, mareado y su cuerpo parecía ser el de alguien más.
Se levantó, sintiéndose ajeno a sí mismo, y comenzó a recorrer el lugar.
La casa era enorme, las puertas eran deslizables, la arquitectura era completamente al estilo japonés, aunque fuertemente sostenida, la fachada era igual, pero las plantas y decoraciones combinaban el estilo antiguo con el moderno.
Salió a un pasillo, el cual tenía una puerta corrediza que daba a un jardín zen pequeño y discreto. Era una especie de jardín que conectaba a una habitación frente a la que él ocupaba.
El pasillo guiaba a otras partes de la casa. Había muchas habitaciones, y comenzó a caminar a la izquierda, espiando solo aquellos lugares que tenían la puerta abierta.
Era una mezcla extravagante que alguien había sabido intercalar con árboles bonsái, telas y piezas de arte. La vajilla también entraba como parte de la decoración, con una bandeja con un antiguo juego de té…
Los futones o las camas europeas podían combinar con los sillones o mesas que se disponían. Si se encontraba un televisor pantalla plana HD o un LCD, incluso un home theater o un equipo musical, no sería extraño.
Se veía fantástico, aunque era distinto - y mucho-, y se sentía transportado a una vorágine temporal con un choque cultural importante.
Cerró los ojos y toda la decoración desapareció. Prefería no ver nada. No entender nada. Tal vez solo soñaba, creyó… pero no, una voz femenina se oyó a sus espaldas. No la reconoció, y las palabras sonaron confusas. No consiguió darles sentido.
Era una voz suave, tanto que lo llevaba a un trance.
Sí, probablemente era un sueño.
— Takahashi-san…— la voz se volvió más cercana.
Sintió un contacto gentil, suave, delicado. Tembló inconscientemente, pero no entró en pánico. Supo que debía abrir los ojos, pero supo que de hacerlo, sería golpeado por la realidad.
>>Takahashi-san— le llamó nuevamente y no vio otra opción más que mirarla.
Recordó algo al verla. O mejor dicho a alguien…
En su cabeza se formó la imagen de un hombre. O mejor dicho un joven. Éste era más alto y musculoso que él mismo. Tenía cabello castaño claro y… no recordaba sus ojos. Tal vez los había evitado.
— Sumi… Sumi-sempai… ¿Dónde está? — se sintió un poco maleducado, pero al decir aquel nombre muchas cosas comenzaron a encajar nuevamente. Ese nombre había sido la llave a la puerta de varios recuerdos.
— Tranquilízate, estas bien. — La jovencita le sonrió, dándose cuenta que no tenía la mejor expresión facial— Mi nii-chan (hermano mayor) te trajo aquí enfermo. Dijo que colapsaste en la calle y me pidió que lo ayudara a cuidarte. ¿Cómo te sientes? ¿Te duele la cabeza? Creo que aún tienes un poco de fiebre, así que es mejor que te quedes en cama, no te levantes— hablaba rápidamente, con ese aire protector e ineludible que poseen las mujeres.
Misaki no pudo contradecirla y volvió a la cama.
“¿Quién eres? ¿Nii-chan? ¡NII-SAN!”, la idea lo golpeó con violencia pero lo ocultó. ¿Cuánto había pasado desde la última vez en casa?
Podía retrasar su llegada, pero…. Nunca había pensado en Takahiro. ¿Estaría preocupado? ¿Lo buscaría?
—Ehmm, si… gracias. ¿Qué hora es? — se frotaba la sien, preocupado, confuso. Esos últimos dos días -o tres, aún no sabía-, habían sido agotadores tanto física como mentalmente. Y aunque finalmente lograba cerrar los ojos, no necesariamente se encontraba mejor.
Sus ojos recorrieron su cuerpo, y tras unos segundos descubrió que no llevaba sus ropas, sino una yukata (kimono veraniego de tela fresca y cómoda) de finísima calidad. Sus muñecas aún tenían las marcas de los dedos de Akihiko, llamándolo, señalándole que no importaba cuanto quisiera olvidarlo, su cuerpo le había pertenecido.
“¿Y si… y si él…?”, la idea lo exaltó. Pero la descartó, pues su cuerpo no tenía los síntomas… esos malditos rastros que ya conocía. Y luego un segundo pensamiento lo invadió.
Misaki tembló. Alguien le había tocado y había visto su horroroso y repugnante cuerpo para poder cambiarlo… “¡No! Se dio cuenta, ¡Mierda! Lo sabe. ¡Sabe que soy un débil incapaz de defenderse! ¡Un maldito defectuoso!”.
Misaki no lo era. Nadie, excepto él mismo, lo pensaba; y lamentablemente era un terco al respecto.
La puerta corrediza se deslizó con suavidad, pues Keiichi había logrado oír el ruido proveniente del cuarto, abandonando sus libros y ayudando a Hanabi, su hermana, a cuidar del enfermo.
Misaki mantuvo la cabeza gacha. No sabía cómo mirarlo y enfrentar el saco que debería de sentir hacia él. Tenía las orejas rojas por la vergüenza y los puños apretados por la frustración.
Keiichi estaba pálido como el papel desde que había cambiado a Misaki, y aunque hubiera querido decir algo, le era imposible.
Hana solo había notado los chupones en la piel de su cuello, legándolo a una amante apasionada- aunque por cómo su hermano actuaba con Misaki incluso había pensado que Keiichi era el responsable de los mismos-.
Las mordidas y los golpes ahora estaban cubiertos por la costosa tela del kimono, y solo eso cubría el pavor del pequeño.
Keiichi se había indispuesto con la imagen desgarradora de su cuerpo. Odiaba a aquel quien hubiera sido el causante. “¡¿Qué maldito sádico puede hacer algo así?! ¡Maldito enfermo!”
Misaki tomó coraje y volvió su mirada a Keiichi. Tenía el seño levantado en una ‘v’ inversa y se mordía los labios. Le asustaba el rechazo y el odio, incluso de un desconocido como Keiichi. Casi tanto como tener que repetir aquella historia.
Al notarlo, éste fingió, puso una falsa sonrisa en su rostro, gentil y cálida, y no tocó el tema en lo absoluto.
Misaki logró relajarse lentamente. Aunque sabía que lo más probable es que supiera su ‘secreto’, parecía tanto o no importarle en lo absoluto, o él no le había cambiado… o tal vez sentía lástima de él y prefería no decirle nada. Cual fuere, con que no tuviera que dar explicaciones le era suficiente.
—Está bien, Hana-chan, yo me encargaré a partir de aquí. Gracias por ayudarme— Keiichi dio un beso en la mejilla a su hermanita de alrededor de dieciséis años- por cumplir los diecisiete- y ella se retiró con una sonrisa y un ‘de nada, nii-san’. Tan pronto se fue, se volvió a Misaki, preocupado— ¿Cómo te sientes? ¿Tu cabeza te duele? ¡Casi te das de lleno con el suelo!
— ¿Creo que sí? Oye, sempai… — El silencio era muy incómodo, solo se oía el ruido de alguna fuente en el exterior y el de las cigarras llenando la habitación. Iba a preguntarlo, pero no se sentía capaz. No quería abrir el tema de discusión. A Misaki le carcomían los nervios por lo cual simplemente intentó acabar con ese mutismo —Esta yukata es muy linda y todo, pero, ¿Dónde están mis ropas?
—Secándose. Estabas completamente empapado, por lo cual tuve que darte otra cosa o te enfermarías— Los ojos de Misaki se agrandaron y su corazón se hundió en su pecho. La pequeña esperanza de que tal vez él no lo hubiera cambiado, de que tal vez no lo hubiera visto, se desapareció.
— ¿Usted me cambió? —se sonrojó. Su cuerpo era tan poca cosa que no había motivo para hacerlo, pero no podía evitarlo; el pudor le era inevitable. Pero ésta vez no era solo simple pudor. Sus razones iban mucho más lejos que la simple vergüenza: el repudio por si mismo.
— Emm, sí, yo lo hice. Lo siento, pero te ves muy adorable sonrojado, no puedo evitar decirlo — murmuró, cambiando el tema y logrando un sonrojo aún más intenso— Y como te desmayaste en mis brazos, como toda una damisela en apuros, — comentó, logrando un puchero y una pequeña rabieta— el príncipe por defecto debe de cuidarte; así que asumiendo el papel, debo pedirte que descanses aunque sea un poco. Duerme, ¿sí?
La mirada del chico denotaba una profunda tristeza que con esmero trataba de ocultar ante gestos infantiles y sonrisas falsas, pero que no pasaba desapercibida. Sin duda no era más que un papel, transparente y fácil de leer, e inocente cual niño, pero con la madurez de un adulto que lucha para sobrevivir. “Creo que es mejor no presionarlo. Me lo dirá cuando se sienta cómodo para hablar. O eso prefiero creer”, Keiichi charló un poco con Misaki. Tan trivial, tan ajeno al mundo de las pesadillas que logró disipar la tensión.
—Entonces te dejo dormir— le sonrió y se levanto, dándole la espalda al pequeño —Ya es tarde, así que yo también me iré a dormir. Dulces sueños — Estaba por avanzar cuando una mano atrapó su yukata y lo hizo detenerse y voltearse — ¿Si? ¿Pasa algo? — preguntó esperanzado. Tal vez Misaki le estaba dando la oportunidad de oír su historia o tal vez... ¡Genial! ¿Genial? ¿Desde cuándo se dejaba llevar de ese modo?
— Ehh…S-Sumi-sempai — su cara se encontraba totalmente enrojecida, entre la ira y todo el tumulto de emociones que intentaba canalizar y formar en palabras. Pero se perdían en el fondo de su garganta incluso antes de tener la oportunidad de nacer— Muchas gracias. Por todo. La comida, el rescate, el traerme aquí. Pero yo…— “Estoy tan… sucio”, su voz se perdió.
Sumi se le acerco, y tomó entre sus manos su rostro para sonreírle de un modo deslumbrante. Se levantó nuevamente y le despeinó el cabello acariciando su sien.
El cuerpo de Misaki tembló. Cerró los ojos, intentando calmar el pánico que lo atormentaba… ¿Por qué con Hanabi no pasaba nada? “1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10” contó mentalmente hasta diez. Reprimiéndose, lentamente abrió los ojos y los enfocó en Sumi. “Él me ha salvado. No es como ese tipo. Debo calmarme. Él no es así”, los temblores cesaron aunque esa sensación amarga lo seguía invadiendo aún luego de que él había dejado de tocarlo.
— No es nada— salió de la habitación sin preguntar más.
*
Keiichi sabía que esa oportunidad de oír su historia tal vez nunca se volviera a presentar, pero no debía saberlo. No aún. No él.
Él no era más que un desconocido que había encontrado en la calle; no tenía porque saber eso de él, ni aún menos empujarlo a pesar de su voluntad para decirlo. Misaki claramente no estaba listo para decirlo, y forzarlo a revivir lo que había sufrido… no era tan hijo de puta.
Un odio creció dentro de él. ¿Era egoísta no querer oírlo? Tal vez, pensó, era para no lidiar con el despliegue emocional que arriendaría; para evitar involucrarse aún más con Misaki.
Probablemente era algo de ello.
De ser así… ¿Por qué era egoísta? ¿Por no querer ayudar a un desconocido? ¿Por protegerse? ¿O porque en el fondo ya se había ligado a Misaki lo suficiente como para sentirse responsable de él?
Pero al mismo tiempo ¿Por qué sentía unas inmensas ganas de abrazarlo y evitar que cualquiera lo dañara?
Si era tan egoísta, ¿Por qué solo quería protegerlo?
Si tanto odiaba involucrarse con él, ¿Por qué lo seguía tratando y cuidando como a un ser preciado?
Simple… No quería alejarse de Misaki.
*
Misaki miró su espalda, amplia y fuerte, alejarse. Sintió que necesitaba algo con urgencia.
Quiso hablar. Quiso detenerlo.
Purgar todo su interior del pecado. Pero Keiichi no se lo había permitido.
De un modo u otro Keiichi había descubierto que sus propias palabras iban a terminar causándole más dolor que alivio. Internamente le agradeció.
Desvió la mirada al vaso con agua al lado de la cama en la que estaba. El reflejo de sol pegaba en él y éste refractaba el mismo.
Una ventana con el marco de madera estaba sobre su cabeza. A diferencia del pasillo, la habitación daba al jardín principal.
En el exterior el decorado era más tradicional, o convencional sería la definición, aunque en un apartado había un set de té para exteriores hecho de hierro y cristal. Éstos estaban en un pequeño quiosco, un apartado con adornos más europeos que japonés. Era la única discordancia que había fuera, pero se perdía entre el jardín verde y los arreglos florales.
Esa casa parecía eterna.
El viento fresco golpeaba su rostro, y el calor abrazador lo contrarrestaba, causando cosquillas y pequeños temblores subiendo por su columna cada tanto. La humedad podía sentirse en el aire, a flor de piel. La lluvia repentina se había detenido, sí, pero si volvía o no era mera cuestión de tiempo.
Las cigarras eran su única compañía en esa soledad. Su cantar con el roce de sus patitas se oía tan cerca…
Le gustaba el lugar. Le parecía hermoso a su manera.
Era alocado, una idea tan bizarra, tan… distinta, que lo embelesaba.
Estaba más relajado, ahí solo. Su cuerpo estaba frío por la lluvia, y su cabello mojado.
El sol estaba a poco tiempo de ponerse.
El tiempo...
Había pasado solo un día y medio - casi dos- desde la última vez que había visto a su hermano. Habían pasado tantas cosas que éste se había desfigurado. Creía firmemente que llevaba más tiempo fuera de casa, aunque el reloj digital que estaba junto al vaso indicara que se equivocaba.
“Debo volver a casa antes de que llame a la policía o algo aún más alocado”, pensó, tan inmóvil como una estatua, contemplando como el fulguroso sol comenzaba su rápido descenso por el horizonte.
“Debo regresar con nii-san”, se acomodó el yukata que comenzaba a deslizarse por su hombro, mientras su mente aún se hacía a la idea de volver.
“Ya es hora”, junto con la caída completa del sol tras el vasto horizonte, la noche y su resolución regresaron.
Era el momento correcto para volver
Respiró profundo. Tomó un poco de agua y con la calma falsa con la que se había revestido, se levantó.
Corrió la puerta y salió hacia aquel pasillo que antes había recorrido. Aquella vez, Hanabi lo había encontrado. Esa vez, él había girado a la izquierda, aunque ella había llegado de atrás, desde la derecha; por lo que giró hacia ese lado. Caminó y encontró innumerable cantidad de puertas corredizas.
Conforme avanzaba sintió un murmullo a lo lejos.
Ese no era su hogar, tampoco tenía una razón de estar allí… ¿qué sucedía si encontraba a alguien que no fuera ni Keiichi ni Hanabi? ¿Cuál era su excusa?
Sintió nervios. No conocía ese lugar.
La luz ya no iluminaba la estancia, sin embargo había cantidad de lámparas por el pasillo.
— ¿Qué harás con él? — al acercarse un poco más, el miedo desapareció. Esa voz femenina le había sido conocida. Era Hanabi.
— ¿A Qué te refieres? — Y junto a ella estaba Keiichi.
Iba a irrumpir pero el tono era serio.
— Papá… él no estará nada contento y lo sabes.
—Sí, ya se. No le hará ninguna gracia, pero no me importa…
— ¿Te refieres a que…? — el tono con que preguntó fue peculiar y distinto, algo confidente y a la vez bromista. Una insinuación leve.
— Cállate— la irrumpió, sin dejarla preguntar y dejando a Misaki con duda de qué quería decir. Ellos claramente se entendían. — Solo no digas nada, ¿está bien?
—Claro, nii-sama. —Rió— ¿Desea algo más, nii-sama?
—Aish, — él también rió — si que sabes cómo cortar una conversación seria, ¿cierto?
— No diré nada. Parece un buen chico.
Keiichi sonrió.
— Lo es
La voz sonó más cerca de la puerta, casi al lado de la misma.
Misaki había escuchado en silencio, esperando el momento de abrir la puerta, pero sin oportunidad de cortarles el rollo, la puerta se abrió y Keiichi lo sorprendió in fraganti.
Los colores le subieron al rostro por la vergüenza.
— Eh…. Yo… buscaba el baño — Misaki se excusó, sin poder pensar en otra cosa. Se quedó con la frase en su lengua, sin poder expresarse correctamente. “Yo debo de ir a casa” Pensó en las palabras que deseaba decir pero no salían de su boca.
Sintió que era estúpido al mentir, pero la vergüenza le había obligado a decir lo primero que vino a su cabeza.
— Ah, claro, es por aquí. Casualmente iba a llevarte un poco más de agua— Sonrió, consciente de la mentira. “¡Es tan mono! No sabe mentir en lo absoluto”, pensaba, guardándose la risa para sí.
Lo guió a través de la mansión con elegancia y paso ligero.
Misaki hacía un esfuerzo por seguirle el paso, pero su trasero dolía. Se sentía rasgado internamente, y probablemente tuviera varios hematomas. Caminar era un suplicio, pero si quería olvidar, aguantar, ignorar y dejar de lado esas cosas era primordial.
>>Llegamos — indicó al conducirlo en sentido contrario a su habitación — Este es mi baño privado. Es más cómodo que el tuyo.
>>Llegamos — indicó al conducirlo en sentido contrario a su habitación — Este es mi baño privado. Es más cómodo que el tuyo.
—Gracias, Sumi-sempai…— estaba por detenerlo antes que se marchara y pedirle que lo llevara a casa, pero Keiichi se volvió y lo miró con la mano extendida.
— ¿Sí? ¿Necesitas algo?
— Sempai… debo volver a casa. — El modo en que lo dijo sonaba culpable. Como si estuviera causando molestias a Keiichi por tener que marcharse luego de haberlo involucrado tanto.
Keiichi no se sorprendió, ni tampoco se preocupó. Tenía un presentimiento. Sabía que las cosas no acabarían allí y ya. Lo vería otra vez.
—De acuerdo, está bien. Pero antes — se giró y buscó algo en su armario. Cuando volvió, le tendió una toalla—, debes bañarte. Si no quieres preocupar a tu familia, es mejor así, ¿no lo crees?
Misaki solo asintió con la cabeza, sintiéndose agradecido por su atención.
Notó que Keiichi había tenido cuidado de evitar el contacto con su piel y sonrió.
Había aprendido algo. Que en ese corto tiempo, conocer a aquel hombre había sido una salvación en muchos sentidos. Incluso podía decir que era una suerte que se hubiera desmayado en frente de él que con cualquier desconocido.
Había descubierto que Sumi Keiichi era alguien en quien podía confiar.
Al ingresar al baño, se sintió raro e incluso incómodo al ducharse en una casa que no era la suya, pero no estaba en posición de juzgar ni exigir.
>> Bien, tan pronto termines de bañarte, avísame. Te llevaré a tu casa y no acepto un no por respuesta— Keiichi le sonrió y lo dejó en su privacidad.
Al estar solo nuevamente, y con la oportunidad de bañarse el mismo y por cuenta propia, se relajó.
Se desnudó y no le quedó otra que enfrentarse a su propio reflejo en el espejo del baño.
Se veía fatal. Más descansado que antes, pero daba pena.
No quiso mirar más debajo de su cintura. Ya mucho era ver tantos moretones, no soportaría enfrentarse a más que eso.
Abrió el agua de la ducha y se destensó al sentir el cálido flujo humedecer su piel.
Junto con el agua sucia, la suciedad, los restos de su aroma y de todo lo que Akihiko había dejado en él, desaparecieron por la cañería.
Todo, menos su recuerdo.
*
Keiichi entró a su habitación, la cual estaba continua al baño que Misaki usaba.
Su cabeza revolvía en ideas un tanto confusas.
No le gustaba estar inseguro, pero temía.
Ese chico al que apenas conocía volvería a su vida diaria, a su hogar.
¿Quién lo estaría esperando?
¿Su madre?
¿Su padre?
¿Su pareja?
¿…El bastardo que le había herido?
Esperaba que fuera solo alguna de las dos primeras. La tercera le daba tristeza. La cuarta, terror.
Le había costado que Misaki se abriera a él.
¿Y si no lo volvía a ver?
¿Y si luego de desaparecer de su vida… aunque lo volviera a ver, estuviera aún peor? Temía que aquel hombre que lo hubiera herido volviera a su vida.
Ya mucho era el no poder tocarlo, ¿y si empeoraba?
Su inseguridad no era por él mismo, sino por Misaki.
Le sorprendía hasta que punto podía darle prioridad al chico.
“Basta”, se dijo a sí mismo. “Basta, esto ya no es normal. Tengo que dejar de ser tan posesivo y tan preocupón. Tengo que confiar en éste presentimiento.”, Se dio confianza. “El volverá. Lo veré. Lo sé”
Cuando sintió que el agua se detenía, tomó un par de ropas informales que le quedaban chicas, y las separó.
Verlo desnudo era algo que Misaki no le permitiría, y algo que no lograría soportar otra vez.
Se horrorizaba de solo recordar el estado del mismo.
“El estará bien”, se dijo.
Suspiró.
Su tiempo con él se había acabado… Por ahora.
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