Destino enadenado
Autor: hanachan
Capítulo 3:
El caballero de la armadura dorada
Sumi Keiichi tarareaba una canción sin preocupación alguna, caminando por la calle. Su cabello castaño claro ondeaba con la ligera brisa.
Era un alto y apuesto chico de veinte años que estaba en su segundo año de universidad, y por como iban las cosas, pasaría sin inconvenientes al tercero, librándose de la mayoría de las materias de sus dos primeros años. Era inteligente y tenía el dinero suficiente para establecerse, pero eso no valía de nada si no hacía algo de su vida.
Cargaba en sus hombros los libros de la universidad y llevaba sus lentes puestos; estaba feliz, no había otra palabra que lo describiera mejor.
Sus ojos castaños miraban el paisaje, ya que casi nunca lograba volver caminando a casa; sus padres le habían dado un auto para que se movilizara rápido y volviera a casa a dedicarse al trabajo familiar, ‘la literatura’. Pero cada que podía, les hacía la contra para recordarles que aunque viviera bajo su techo, el seguía siendo independiente. Esos pequeños actos de rebeldía que si bien eran tan insignificantes que dudaba fueran notados, le daban cierta gracia. Eran como una pequeña manía.
Probablemente fuera solo una mera excusa, ya que el día era demasiado bueno como para desperdiciarlo yendo en un auto. Pocos días eran así en Tokio ya que eran o muy fríos, o muy calurosos; y había que aprovecharlos.
Al llegar a una plaza vistosa y llamativa, giró para recorrerla.
No la reconocía… tal vez ir en auto lo cegaba de ver tan lindos lugres como ese.
Era pacífico; había poca gente dando vueltas gracias al horario- probablemente la mayoría estaría volviendo a casa a almorzar luego de un arduo día de trabajo, ya que en su mayoría los que estaban sentados llevaban una bandeja de comida comprada en tiendas de conveniencia-.
Las flores eran de estación, estaban bien cuidadas y esparcidas. Los árboles eran altos, en su mayoría asbestos y robles, y en el centro un árbol de cerezo verde, sin sus flores.
Conforme avanzaba al centro notó que en el costado había un camino que se abría hacia un pequeño anfiteatro, rodeado de cerezos luego de perder las flores. Verdes y hermosos, pero no tan imponente como el gran árbol del centro.
“Vaya, debería ira pie más seguido…”. Por su paso despistado casi cae sobre un joven que estaba sentado en el borde entre el pasto y el camino. El choque fue directo, inevitable.
— ¡Ay, Mierda! —exclamó, sosteniendo sus cosas con fuerza— Perdón, casi me caigo, no estaba viendo. — bajó la mirada hacia la criatura que yacía a sus pies y se encontró con Misaki. Éste no lo miraba, casi como si no hubiera sentido el golpe, como si su mente estuviera lejos de allí— Etto… ¿Estás bien?
El joven de cabellos castaño oscuro y lacio asintió sin levantar la cabeza, pero Sumi se inquietó aún más. Su apariencia frágil y desalineada como si recién se levantara y el suave sollozo que trataba de ocultar, le hizo entender que tal vez le hubiera sucedido algo ¿Pero, qué…?
Y más allá del ‘qué’, ¿Por qué razón le importaba?
Podía seguir su camino y dejar a esa criatura extraña, poco llamativa y con aura deprimente allí y solo irse a clases, podría… pero no lo hizo.
No es que él fuera particularmente solidario con todo el mundo, pero una pizca de compasión despertó en él y evitó que se fuera como todos los otros que pasaban del muchacho. Se agachó a la altura de su rostro, que se escondía entre sus piernas recogidas.
Si bien era poco llamativo, el misterio que lo rodeaba, esa aura depresiva y autodestructiva, resultaba ciertamente atrayente para su curiosa persona.
—Nee (oye), se que fui un torpe al tropezar contigo, lo siento. ¿Te encuentras bien? —Sabía que no, pero quería conseguir unas palabras de él— ¿Te dejó tu novia o algo? — intentó bromear y tocó su hombro, tratando de aligerar el ambiente tenso entre ambos.
— ¡No me toques! ¡Aléjate! — Misaki saltó hacia atrás con miedo… había estado pensando y ni cuenta se había dado de aquel joven seguía allí, mucho menos que le hablaba. El ambiente se volvió más tenso, pero su paranoia le había hecho imposible reaccionar de otro modo. “Creí que… que era él…. Que me había encontrado”, pensaba Misaki, alarmado y con la adrenalina recorriéndolo, listo para correr.
>> Anno (emm)… go-gomen (lo-lo siento) — tartamudeó, cerrando los ojos y friccionándose el entrecejo, confundido, buscando palabras para hablarle “Debo dejar de pensar en ese tipo” — Estoy bien, no tiene de que disculparse; en todo caso soy yo… En fin, gracias por preocuparse— “o lo que sea…”. Se levantó, limpiándose el pasto del trasero. Sus mejillas escocían por las lágrimas secas.
Sumi lo miraba sin perderlo de vista. “No sabe mentir, sus ojos están rojos, y aún así no podría reírme de eso…”, lo analizaba y le costaba llegar a una conclusión. Notó en sus brazos marcas de uñas tan marcadas por el agarre que supo, el chico estaba lo suficientemente preocupado como para no notar o ignorar el dolor.
Preguntarle la razón de su depresión, la cual saltaba a la vista con simpleza, era desubicado. Pero precisamente porque él era alguien descarado no supondría un problema.
—No, está bien. Mi nombre es Sumi Keiichi, un gusto… — “idiota”, se reprendió a sí mismo, “verlo llorar no se supone que es un gusto” — Etto, ¿puedo preguntarte tu nombre? — Misaki lo miró a los ojos con desconfianza, mostrando aquellas esmeraldas, tan verdes e intensas, por primera vez. Lejos de estar apagados por la tristeza, estaban ardientes por el odio. A pesar de estar irritados, atrajeron a Keiichi.
Hacía tiempo que el género le daba completamente igual a Keiichi, con tal de que fuese alguien atractivo. Y ese chico definitivamente entraba en la categoría.
—Takahashi Misaki. Yoroshiku onegai shimasu (es un placer conocerte) — susurró Misaki, con voz cansada.
“No es mi tipo de hombre, pero… es lindo”, reflexionaba internamente, desplegando una sonrisa amplia en su rostro que, Misaki dudaba entre clasificarla de amable o molesta. “Se acerca más a mi tipo de chica que de hombre”
—Con que Takahashi-san…-kun, etto, es raro decirle –san a alguien más joven —se rió, intentando aligerar el ambiente. Misaki, como ahora sabía, seguía igual de tenso y alerta.
“Es lindo”, insistía, más parecía estar dándose valor a sí mismo, que como si lo admirara. “¿De qué puedo hablar con él? ¿Invitarlo almorzar sería muy precipitado? Soy un desconocido, claro que lo sería. Bleh… que rayos. Lo invitaré”
—Kun está bien… — Misaki no sabía que decirle. No estaba de humor para una conversación, prefería estar solo un poco más. Aunque al mismo tiempo deseaba desahogarse y hablar de todo. Se contradecía a sí mismo y la duda se reflejaba en su cara.
—Sé que es extraño que alguien que no conoces te invite a comer, pero, ¿te gustaría? — “Alguna excusa… Decirle que me atrae no sería una buena, ¿cierto?”. Pensaba cómo y de qué conversar, pero Misaki se lo ponía difícil con respuestas cortas sin decir nada que no fuera necesario por cortesía— Sucede que eres muy lindo y no soporto ver a chicos tan lindos llorar. ¿Me dejarías consolarte un poco? Los dulces alegran el humor, así que podríamos saltarnos al postre si prefieres… — “Al diablo, no sé qué otra cosa decir”, se rindió y soltó lo que pensaba, aún sonriendo. Le pareció estúpido, podría haber dicho miles de otras cosas, pero su cerebro no colaboraba.
—Etto… yo… no se… — se sonrojó ante sus palabras. Era la primera vez que un chico lo invitaba a comer, y no era el mejor momento para que lo hiciera; no cuando lo último en que pensaba era la comida. Es más, preferiría morir de hambre. Sí, sería genial… si tan solo su estómago no sonara, retorciéndose por el hambre.
Saltearse la cena y el desayuno le pasaba factura, más que ya de por sí era delgado y pálido.
Claro que Keiichi no ignoró el ruido del mismo, casi como un gruñido.
—Creo que eso fue un sí, ven— sonrió nuevamente, a pesar de la falta de entusiasmo en el chico. “Mierda, aún callado y tímido; aún llorando y desgarrado, él es tan violable…”. Sin darse cuenta, Keiichi había elegido las palabras exactas para describirlo. Era delgado y con rasgos finos; nada comparable con una chica, claro, pero su piel era suave, al igual que su cabello, y su perfume corporal era delicioso. Era un chico, un hombre que se veía como un adolescente de dieciséis a lo mucho, y que era endemoniadamente encantador y tierno.
Keiichi le había tendido la mano para ayudarlo a levantarse, pero un escalofrío recorrió el cuerpo de Misaki de pensar en tener que hacer contacto con la misma. Fue un segundo de duda en el que su cuerpo tardó en reaccionar, y al instante se recompuso. Ignoró la mano que Keiichi le ofrecía, levantándose por su cuenta.
—Yo… no sé si sea lo correcto, lo siento. Creo que mejor me voy— hizo una pequeña reverencia y se giró. Necesitaba estar solo… necesitaba apoyarse en alguien… pero quería estar solo… y acompañado.
Mierda, era un puto embrollo.
—No, espera un segundo— agarró su brazo con cuidado. No insistiría más si realmente no quería, pero al menos tenía que intentarlo una vez. No quería sobresaltarlo nuevamente, por lo que el agarre fue meramente superficial, pero fue en vano.
— ¡NO! ¡Suéltame! ¡No me toques! — Misaki gritó aterrorizado, tal como hacía unos instantes. Tenía miedo al contacto físico, temblaba ligeramente y un par de lágrimas cayeron por sus ojos… era irracional. Él mismo lo sabía. Lo sabía, pero no podía hacer nada para evitarlo. Estaba histérico, salido de sí.
— Oye, lo siento… yo… no importa. Está bien si no quieres… — levantó ambas manos, en señal de paz.
Comprendía que algo le pasaba, por ello no se había enojado. Incluso podría decirse que le daba culpa insistirle tanto cuando no lo conocía y sobre todo lo presionaba a seguir sus planes. Quería animarlo, limpiar sus lágrimas, pero si le rechazaba, nada estaba en su alcance.
Podría haberse desanimado ante ese tipo de reacción, pero sentía culpa. Remordimiento y compasión.
— No, no, no…. No se que…no… está bien. — Misaki intentó remediar de algún modo aquello. No iba a dar explicaciones, pero su costumbre de no causar problemas lo obligaba a ser amable— Almorcemos…. Yo no quise hacer eso… lo siento… — Misaki estaba trémulo. Su cuerpo reaccionaba tan raro.
Sentía pánico, aunque no había razón para ello.
Daba vueltas, era borroso… como una versión de la pintura ‘el grito’ de Van Gogh en donde él era el protagonista en un mundo que giraba y se desvanecía, donde pedía ayuda pero no había nadie que lo entendiera.
No tenía sentido.
Fue algo momentáneo, algo que nunca había experimentado, pero había logrado controlar luego de calmarse, intentar relajarse y repetirse que no había por qué temer. Le costó, pero logró volver a sus sentidos.
— ¿Seguro? ¿No prefieres ir a un hospital o algo? Te ves un poco pálido— Keiichi estaba preocupado. Eso no era normal. La vez anterior podría haberse sobresaltado de la sorpresa, pero ésta vez no era así. No lo conocía, pero sentía que debía hacer algo por él, ayudarlo. En parte era que el color se había ido de su rostro, y en parte porque intuía que nada bueno había sucedido: no un golpe, no una ruptura… algo peor, mucho peor.
Ya no era la parte que se sentía atraída la que hablaba, sino la humana.
—Sí, estoy bien. Ahora que lo pienso mejor, algo de comida me vendría bien— forzó una sonrisa en su rostro que aún más extrañamente le salió. Iluminó ese andrajoso rostro y aceleró el pulso de Keiichi, quien en un instante olvidó el consolarlo. Sí… estaba endemoniadamente bueno.
— ¿Dulce o salado? — Comenzó a caminar junto a Misaki. En el cielo aparecieron unas nubes a causa del calor de los días previos, irrumpiendo la pureza celestina del firmamento.
—Hmm… dulce — murmuró. Keiichi se adelantó un poco, girando hacia la izquierda y cruzó la calle al llegar a la esquina, llegando una linda confitería frente a la plaza. Sin duda el lugar era popular, y la fachada del lugar no había escatimado en gastos… era caro, como todo en ese barrio, pero podía pagarlo y el nombre del lugar le sonaba, “Red wildcat”, alguna recomendación probablemente.
— Entonces aquí. Está cerca y creo que es buen lugar…
— Seguro… — El pequeño carecía de confianza, pero solo seguir la corriente era mejor que luchar… y entre morir de hambre en la plaza hasta que se hiciera lo suficientemente tarde como para que su hermano llamara a la policía, o ir a comer con un desconocido que lo invitaba, por más irrazonable que fuera, prefería lo segundo.
Se sentía perturbado por los ataques recurrentes ante el más mínimo roce y por el sofocante miedo que lo asechaba. No sabía que le pasaba, pero no era bueno. “No estoy loco. No puedo estarlo”, aún a pesar de haber seguido a Keiichi, Misaki no podía poner los pies en la Tierra.
—Bienvenidos, ¿en qué mesa les gustaría sentarse? — preguntó con una sonrisa una de las meseras, mirando con puro deseo a ambos muchachos, como si tuviera suerte de estar en ese turno para atenderlos.
Misaki entró primero, y fue cuando Keiichi notó los moretones en sus muñecas y parecían continuar en sus brazos, pero eran tapadas por la camisa que llevaba. Sus ojos se agrandaron, pero no dijo nada a pesar de la sorpresa. Idiota de él al no verlos cuando notó las marcas de uñas.
Su intuición lo condujo a descubrir parte de la verdad, que a primera vista le había sido poco notorio.
“¿Qué diablos…? ¿Quién…? ¿Qué…? Lloraba por eso… Son recientes, recién se están formando… ¿Qué diablos le pasó? ¿Lo golpearon? ¿Quién? ¿Por qué? En como si alguien lo hubiera sostenido fuerte con una cuerda o algo… Suena imposible, pero tal vez alguien…” Su mente profundizaba, sacaba conclusiones que su rostro ocultaba.
“Tal vez…”
Prefería no pensar mucho ni ahondar en el tema. Así lo supiera no había consejo que darle. Tampoco pensaba que fuera a ayudar que se retrajera aún más ante su presencia. ‘Saber’ del problema no era necesariamente algo bueno, aunque no podía evitar ser curioso.
“Me evitaba cuando lo toqué”, no podía ignorar cómo había gritado y la expresión de terror cuando había intentado parar su caminar. “¡No! Era más como que temía que algo sucediera”.
Cada tanto su mirada recorría a Misaki, dejando de ver lo que sus ojos querían, y concentrándose en los detalles que eran más importantes.
— ¿Dónde te parece mejor? — El chico miraba a cada rato por la ventana, sin interesarse por el interior.
— ¿Eh? Oh. Donde a ti te guste más — estaba desconcentrado. ”Está alterado.”
— Al lado del ventanal, por favor — le indicó a la mujer, que los condujo hasta dicha mesa.
“Parece buscar a alguien entre las personas…”, ambos se sentaron cómodamente al lado de una de las ventanas.
—En un segundo les dejo la carta — la mesera desapareció por unos instantes, y volvió con los menús. Les entregó los mismos, un poco reticente a dejar la mesa, pero al ser ignorada tan abiertamente por el par, no le quedó más que retirarse.
Keiichi fingía mirar como las nubes comenzaban a juntarse, observando por el rabillo del ojo al joven.
Los minutos pasaban, y no había conversación. Había cesado abruptamente tan pronto tomaron asiento, llevándose la seguridad de Keiichi, quien se preguntaba por enésima vez por qué se había metido en algo tan problemático como ayudar a un desconocido.
— ¿Ya sabes lo que quieres pedir? —preguntó luego de unos minutos.
— Eh, no estoy seguro — parecía incómodo—, no entiendo mucho el menú. No hablo muy bien el inglés y aún menos el francés, y solo he visto la sección de té en japonés.
— ¡Vaya! — Apremió Keiichi— Creo que esa fue la frase más larga que te he escuchado decir en todo el día — señaló. Misaki se ruborizó.
— Lo siento
—Oh, no. No te preocupes. No es fácil hablar tan fácilmente cuando te invitan de la nada, ¿verdad? — sonrió. Pensando que tal vez así le sería más fácil soltarse.
—Así que sabías que era incómodo, Sumi-san— susurró, intentando con todo su esfuerzo sonar normal, aunque no se sintiera así — ¡Eso es cruel!
— ¡Ja! Lo siento, lo siento
—No digas algo si no es sincero— hizo un puchero. Lentamente- tan lento como había aprendido a controlarse a sí mismo- lograba familiarizarse con la situación.
— Oh, vamos, discúlpame— Había logrado hacer que Misaki se abriera al menos un poco, sintiendo una ligera autosatisfacción—. Déjame pedir por ti si no puedes elegir.
— ¿Ya se han decidido por algo para ordenar— La mesera regresó rápidamente
— Un té de flor de loto con parafait de fresa para él— indicó a Misaki— Y para mí, un submarino con croissants.
— En un instante— en un intento de ser notada, al dejar de escribir dejó caer la birome al suelo. Se agachó, confidente de sus pechos, mostrando inocentemente la insinuación de sus curvas a Keiichi. — Oh, lo siento, soy tan torpe— Dijo aquello al levantarse, haciendo un gesto adorable golpeando su cabeza ligeramente y guiñándole un ojo.
Éste notó la indirecta de la joven. La sopesó. Le parecía atractiva, tenía con qué insinuarse, pero por ella no habría perdido sus clases de la universidad como con Misaki.
Le faltaba el encanto, el misterio que éste tenía.
“Vaya idiota soy al compararlo”, pensó, sonriéndole a la muchacha. “Claro que son diferentes”
Ésta se dio por satisfecha y se fue, pensando que tal vez con eso, él le dejaría su número.
“Él no sería tan fácil de conseguir”, se giró a mirarle, mientras esperaban. Él no le prestaba atención, mirando distraídamente el exterior, como si el pasar de los autos por la calle le hipnotizara. “Y por más gestos monos que haga esa chica, no es más adorable que la sonrisa de Misaki”
Era tan lindo.
Mientras más tiempo pasaba, mientras más lo miraba, más lo pensaba.
“¿Quién podría haber querido herirlo? ¿Qué diablos habrá sucedido?”
*
— Takahashi-kun, estuve pensando esto por un tiempo… Es un poco extraño si te trato de kun y tú de san… ¿Te molestaría…?
— No creo que sea lo suficientemente respetuoso de hacerlo, Sumi-san…
— ¡Vamos! ¡Inténtalo!
—Creo que… no puedo hacerlo — Se sentía un poco incómodo ante la petición. Lo conocía hacía muy poco como para apodarlo cercanamente.
— De acuerdo, de acuerdo, no te forzaré si no quieres — sonrió alegre —, pero permíteme llamarte por tu nombre, ¿sí?
—… Ehh… — nuevamente sentía la incomodidad de ser presionado, aunque no podía evitar sentir atracción por una personalidad tan franca y brillante como la de Keiichi.
— Ahh…— suspiró—Bien, déjalo. Es muy pronto aún, pero es lindo verte sonrojado.
Misaki se sonrojó aún más al descubrir el tipo de atención que recibía.
La conversación amena en ningún momento tocó el tema de su depresión.
Keiichi lo había evitado tanto como podía.
Sus sonrisas cada vez eran más sueltas, pero no había alegría detrás de ellas. Eran sonrisas huecas. No falsas, pero sí vacías.
— ¿Sabes…? ¡Adoro las fresas! — Sonrió— Me encantó el postre que elegiste, era delicioso. ¿Cómo supiste que me gustaría?
— No lo sé. A la mayoría les gusta la fresa, a menos que sean alérgicos a ellas.
—Sí, aunque más que el té de loto- que también me gustó, por cierto-, hubiera preferido el submarino. El chocolate también me gusta.
— Bueno, a diferencia de las frutas, no a todos los hombres les gusta el chocolate porque es muy dulce, por lo que no me quería arriesgar. Además el té de flor de loto de aquí es muy aromático. Eso solamente hace la experiencia agradable.
— ¡Oh! No creí que lo hubieras pensado tanto— Misaki lo miró serio, analizándolo— De seguro eres todo un playboy y eliges eso cada vez que sales con alguien, ¿verdad?
Keiichi rió, pues en el fondo, Misaki había acertado.
—Te ríes porque sabes que no me equivoco— afirmó Misaki.
—Bueno, bueno. Lo admito. Me gusta salir — levantó la mano, como si estuviera confesando algo— aunque esto- me refiero a ti- — Con un gesto señaló a ambos —, no es… no es del todo como lo usual.
—Pff, claro, soy hombre después de todo— rió Misaki.
—Sí. Lo sé— algo en la sonrisa de Sumi perturbó un poco a Misaki.
Keiichi miraba con anhelo a esa criatura que antes había encontrado vagando. Su expresión era más viva que antes, pero seguía teniendo esa fragilidad etérea que le había atraído. No sabía qué diablos tenía Misaki que lo hacía actuar tan distinto, pero estaba encantado.
Encantado y perplejo.
Parecía un ángel al que le habían cortado sus alas.
Porque, por mucho que conversaran, los hombros de Misaki seguían tan tensos como antes. Por mucho que comiera, seguía viéndose pálido y demacrado.
“¿Qué hijo de su putísima madre pudo hacerle eso? ¿Quién?”
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